CAPOTAZO LARGO
Torear y vivir despacito
Cuando Curro Romero afirmó que “el toreo es despasito”, estaba compartiendo una técnica taurina y, además, desvelando un profundo principio artístico que ha trascendido el ruedo y se ha instalado como un imperativo en la vida misma. Torear despacio no es simplemente una táctica en la lidia de un toro, sino una filosofía que encarna la esencia misma de la elegancia, el control, la armonía y la conexión humana con la bestia. Más allá de la arena, este enfoque nos recuerda la importancia de la calma en un mundo frenético, la profundidad en medio de la superficialidad y la maestría en vez de la precipitación.
En la plaza, el arte de torear despacio es un duelo entre la valentía y la reflexión. El torero no sólo se enfrenta a un imponente adversario, sino que también busca controlar cada movimiento y conquistar cada instante. La lentitud es, más allá de una cuestión de estilo, una estrategia que permite al matador establecer un diálogo de valor y destreza con el toro, donde cada muletazo es una palabra y cada pausa es una puntuación en una conversación íntima y visual.
Al extender este concepto al ámbito cotidiano, encontramos un mensaje tan profundo como universal. Vivimos en una era de velocidades vertiginosas, donde la información y las responsabilidades nos abruman constantemente. En medio de este torbellino, la sabiduría de Curro Romero nos invita a desacelerar y a contemplar la belleza que existe en cada gesto. Torear despacito es una metáfora para vivir con atención plena, para apreciar cada experiencia y para saborear cada momento.
En una época en la que se valora la inmediatez y la eficiencia, el toreo cadencioso se convierte en un refugio de autenticidad. Así como el torero no puede precipitarse en su danza con el toro, la sociedad debería recordar que la estima por las cosas bellas y significativas requiere paciencia y atención porque, también en la vida cotidiana, la calidad y la maestría florecen en el terreno del sosiego y la evaluación lenta.
Saber dominar los tiempos y tener paciencia es fundamental para que todo acabe resultando de forma satisfactoria. El éxito de otros congéneres nos invita a tener prisa por alcanzar sus estatus, es algo lógico. Conozco el caso de un novillero sin caballos que ha tenido la suerte de que se haya fijado en él un apoderado con dinero, con mucho dinero. El chaval posee unas condiciones portentosas y naturales para el toreo. Desde que hace meses el apoderado con dinero entró en su vida, todas las semanas lidia en el campo un mínimo de dos toros a puerta cerrada, lo que le está aportando una seguridad y una técnica apabullantes. En cambio, está perdiendo la frescura que siempre lució y sus sorprendentes resoluciones están dado paso a unos desenlaces desaconsejablemente predecibles. Cosas de las prisas por subir peldaños con celeridad e instalarse en la cima cuanto antes. No sería nada insensato recordar que todo tiene su proceso y sus plazos, y que un becerrista parezca ya una figura consolidada no se antoja lo más adecuado para su futuro.
Curro Romero nos proporcionó una metáfora de cómo vivir nuestras vidas. El toreo despacito es una invitación a apreciar el arte del tiempo, a saborear cada encuentro y a abrazar la pausa como una oportunidad para la reflexión y el crecimiento. Torear despacio, ya sea en la arena o en la existencia diaria, es un recordatorio de que la verdadera grandeza se encuentra en la cadencia cuidadosa y en el respeto por el ritmo de la vida.