CAPOTAZO LARGO
Alberto Martínez: el maestro dijo adiós
Es muy difícil, por no decir imposible, encontrar a alguien con tantas raíces taurinas como él. De hecho, su nacimiento se produjo en la plaza de toros de Valencia, en cuyas dependencias vivió por ser su padre el mayoral. Desde entonces hasta llegar al día del corte de su coleta, Alberto Martínez ha pasado por todos los escalafones dejando un incuestionable sello de maestría y profesionalidad.
Pocos han tenido su extraordinaria rapidez para captar las condiciones de un torero y adivinar las cualidades de un toro prácticamente de salida. Ver un festejo junto a él siempre es una experiencia enriquecedora y una suerte para cualquiera que tenga la dicha de vivirla.
Alberto es único, genuino, diferente, especial, con personalidad. No es uno más ni deja indiferente a nadie. No es de los que dan la razón sin meditar. Es reflexivo. Le gusta analizar todas las cosas, las de la tauromaquia y las de la vida. Lo blanco es blanco y lo negro es negro. Lo tiene claro. No es amigo del peloteo ni del roneo. Y todo eso que a algunos les puede incomodar, otros lo apreciamos.
Es defensor de los valores que siempre se le supusieron al toreo y de ayudar e incentivar a quienes están comenzando, porque recuerda con añoranza sus inicios en la Escuela Taurina de Valencia en una época en la que sus formas ilusionaron con fuerza. En 1984 intervino con éxito en el concurso “Monte Picayo busca un torero”, y en marzo de 1985 debutó de luces en el coso de la capital del Turia. Repitió en el mismo ruedo dos tardes más esa temporada y cerró campaña de forma sobresaliente en Alicante.
En julio de 1986 debutó con picadores en Valencia, obteniendo un triunfo rotundo que lo lanzó tras cortar las dos orejas a un Alcurrucén. Eso propició que en 1987 firmase 17 novilladas, entre ellas las de Barcelona, Sevilla, Córdoba, Vistalegre, Las Ventas, Hagetmau… Sin embargo, su contratación descendió los años siguientes a pesar de las esperanzas que había hecho concebir cuando toreó en Madrid y aficionados y prensa lo incluyeron en un destacado grupo de chavales que podrían llegar a ser figuras.
Como no podía ser de otra manera, tomó la alternativa en “su” Valencia el 9 de marzo de 1991, de manos de José Antonio Campuzano con Morenito de Maracay como testigo. Ese día vivió la cara y la cruz, pues dio una vuelta al ruedo tras acabar con el toro de su doctorado y resultó cogido gravemente por el segundo de su lote. El año siguiente sólo se anunció dos veces, y en 1993 confirmó la alternativa en Madrid, el que a la postre fue su último paseíllo como matador. Con 52 novilladas picadas y 4 corridas de toros en su haber, en 1994 Alberto cambió el oro por la plata y debutó como banderillero con el entonces novillero “Rafaelillo”. Más tarde fue en las cuadrillas de matadores como Esplá, “El Fandi”, Vicente Barrera, Ponce o Rubén Pinar entre otros.
Su última actuación había tenido lugar en El Puig el 11 de octubre de 2015. Pero Alberto Martínez no podía marcharse así, de tapadillo. Después de unos años apartado del mundillo, volvió a sentarse en los tendidos de las plazas y el gusanillo de despedirse de manera “oficial” se hizo presente. La sabiduría continuaba en su cabeza; la preparación y el campo hicieron el resto.
El pasado 25 de agosto, en Iniesta, el torero valenciano volvió a vestirse de luces para dar una lección de brega manejando el capote con su temple, seguridad y poderío habituales, y para arriesgar con las banderillas por los adentros en un par de enorme mérito y total eficacia. Y se acabó. Con 55 años el maestro dio adiós de forma definitiva. Rubén Pinar le cortó la coleta en un acto entrañable y emotivo. Se va un banderillero y un matador, que eso nunca se deja de ser. Se queda un aficionado cabal junto a quien da gusto hablar de toros.