CAPOTAZO LARGO

Exigencia, triunfos y triunfalismo

martes, 1 de octubre de 2024 · 06:47

Sólo la exigencia le da sentido al toreo. La exigencia, incómoda y fundamental, controvertida y primordial. El día que todo valga, que al público le resulte indiferente que se cite de frente o de perfil, que se toree en línea recta o alrededor del cuerpo, que se temple o que falte limpieza en los muletazos; el día que no importe el trapío del toro, ni la integridad de sus astas, ese día la tauromaquia desparecerá, porque se habrá convertido en un espectáculo circense sin liturgia y sin crédito.

La exigencia siempre se requirió en los cosos de categoría y se suavizó en los menos significativos. Hoy en día se ha rebajado en todas partes, pero se mantiene en las plazas más prestigiosas. Por eso un triunfo en ellas tiene mayor repercusión y trascendencia. Los toreros lo saben y sufren mayores inquietudes cuando se anuncian en los recintos más importantes. Y, por norma general, también salen dispuestos a esforzarse al máximo, a darlo todo, a torear con total entrega.

En los templos del toreo sale el toro serio, el que confiere valor a cuanto se hace frente a él. En sus tendidos se sientan muchos aficionados minuciosos que elogian o reprueban cuanto acontece en el ruedo. Las presidencias son rigurosas, y la prensa generalista está presente para contar cuanto acontece. ¿De qué valdrían los éxitos y los fracasos si nadie se enterase de ellos? Por todo ello, los coletudos saltan a sus arenas con la mayor responsabilidad y mejor voluntad.

No es bueno que la dureza de cosos estrictos, como por ejemplo Las Ventas, se extrapole a otros lugares. Cada plaza tiene su idiosincrasia y así debe seguir siendo. Lo que no es óbice para que en todos los recintos se mantenga un mínimo respeto a la verdad del toreo. De lo contrario, el esfuerzo de los actuantes irá despareciendo y la emoción en las gradas menguando hasta acabar convirtiéndose en algo absurdo sin razón de ser.

Recientemente se ha celebrado una feria de máximo éxito de afluencia y de relevancia en el calendario novilleril. Un ciclo histórico que debe cuidar sus formas y su fondo para seguir siendo el referente que siempre fue. No estuvo el piso de plaza como merece un serial de categoría, nada demasiado preocupante porque eso es algo que los organizadores pueden remediar el próximo año. La presentación del ganado tuvo la mayor desigualdad imaginable. Tarde tras tarde aparecían unos animales que nada tenían que ver con los lidiados anteriormente y, en muchos casos, totalmente disparejos entre sí. Y lo peor es que en un par de funciones los astados no alcanzaron el mínimo trapío que merecía el palenque y el público. Cuestión también subsanable de cara a nuevas ediciones.

Sin embargo, el tema de las presidencias tiene difícil arreglo. Cada día el palco estaba ocupado por una persona diferente, un concejal, un organizador, un supuesto aficionado, y cada día el criterio cambiaba de forma radical, perdiéndose la posible personalidad de la plaza. Este año se han regalado trofeos a mansalva y se han otorgado vueltas al ruedo a astados que mansearon. Un disparate que convierte a la ciudad en un hazmerreir en el mundo taurino. No es bueno para nadie perder una mínima exigencia y convertir triunfos legítimos en triunfalismo barato. Eso sólo va en detrimento de la credibilidad, del peso en el sector profesional, de la voluntad de esfuerzo de los toreros, del ánimo de selección de los ganaderos y del desencanto del respetable. No es fácil unificar criterios en el palco, pero urge buscar una solución.

PD: De algunos premios oficiales mejor no hablar. Parecía una broma pero por lo visto van en serio.

 

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