CAPOTAZO LARGO
Solidaridad, entrega y sentimiento
El rejoneador Diego Ventura donó un traje de corto para que sea subastado y con la recaudación sufragar parte de los gastos hospitalarios del torero mexicano Alberto Ortega, que sufrió una brutal cornada en la cara el pasado 10 de febrero en Tlaxcala, un hachazo espeluznante que le dañó la mandíbula, los huesos cercanos a la oreja y la base del cráneo entre otros destrozos. Se trata de una peligrosa lesión que todavía preocupa por el alto riesgo de infección y de secuelas neuronales, que está precisando de varias intervenciones quirúrgicas con un tratamiento médico que supone un coste muy elevado.
La ayuda y la solidaridad taurina han sido una constante a lo largo de la historia de la tauromaquia, y Diego Ventura, como otros profesionales, han hecho gala de ello contribuyendo con su granito de arena.
Ocho días después también resultó cogido Héctor Gutiérrez, que padeció una fuerte puñalada de 25 centímetros que afectó la femoral en la Monumental de México. Por fortuna el coletudo de Aguascalientes está fuera de peligro restableciéndose de un percance impactante. La sangre salía a borbotones de su muslo derecho mientras él no osaba ni a mirarse. Su única intención era seguir toreando. Estaba cuajando una faena importante cuando sobrevino el certero pitonazo. Se le paró el toro pero él ni se inmutó. Permaneció quieto, sin rectificar, y el astado lo caló. Se detuvo el tiempo para Héctor. Se quebró de forma irremediable la posibilidad de triunfo, de reivindicación, de toque de atención, de cambio de estatus.
Se resistió Gutiérrez a retirarse mientras pudo, todo el tiempo que le dieron sus fuerzas. No había nadie que pudiese convencerle de que debía entrar en la enfermería. Sus banderilleros y su compañero El Payo luchaban como titanes para llevarle ante los médicos. Pero él insistía en permanecer sobre la arena y acabar la obra que estaba realizando. Fueron momentos tensos porque la gravedad era palpable y la voluntad del matador parecía más fuerte. Por fortuna para su integridad, el vigor le abandonó al ritmo que perdía sangre. Las piernas flaquearon y se lo llevaron en volandas para que salvase la vida. Horas después, en su cuenta de redes sociales se publicó una foto de la herida con el siguiente texto: “Con el corazón roto y la femoral partida, pero soñando el toreo”.
Si la solidaridad taurina ha sido una constante a lo largo de la historia de la tauromaquia, no lo es menos el arrebato por intentar continuar la lidia a pesar de cualquier contratiempo, la entrega absoluta incluso despreciando la vida. Que los toreros están hechos de otra pasta es una afirmación que, no por manida, deja de ser real. Como real es cuanto realizan frente al animal. En el toreo no hay trampa ni cartón, no hay artificios ni trucos, no hay efectos especiales ni segundas tomas. Es un arte instantáneo y efímero que delata de inmediato a los incapaces.
No hay explicación que convenza al resto de mortales de la razón que impulsa a un diestro a ponerse ante una fiera una y otra vez desdeñando el peligro y el instinto de supervivencia. No hay explicación que convenza al resto de mortales de la razón por la que Alberto Ortega quiere seguir toreando, ni por qué Héctor Gutiérrez luchaba contra todos para continuar la faena. No es sólo por dinero, ni por gloria, es cuestión de un sentimiento interno misterioso, insondable e indescriptible.