CAPOTAZO LARGO

Domingo de "Morarte"

martes, 2 de abril de 2024 · 06:58

Hay fechas en el calendario taurino que, como decía la antigua coplilla, relucen más que el sol. Con independencia de que luzca el astro rey o aparezca la lluvia, el Domingo de Resurrección en Sevilla es una de ellas. Hay quien todavía le llama Domingo de Romero, haciendo alusión a los 24 paseíllos que en tan emblemática tarde hizo el Faraón de Camas, que fue quien le dio la categoría definitiva a esta corrida. La primera vez que Curro Romero apareció en las combinaciones de la pascua sevillana fue en 1969, y la última en el año 2000 junto a Enrique Ponce y Morante de la Puebla. Entre una fecha y otra, compartió terna con figuras de diferentes épocas que comprobaron cómo el aroma de romero era el auténtico tirón de un cartel que adquiría jerarquía 
temporada a temporada. 

Precisamente José Antonio Morante, aquel joven con quien hizo su última aparición hace 24 años, se ha convertido ahora por merecimientos propios en su relevo natural. A Morante le desborda el arte y el pellizco, como a Curro, a quien gana en valor, porque su portentosa técnica le da una seguridad jamás antes vista en toreros de un corte tan artístico como el suyo. Ambos son creadores y empatan en duende, eso que únicamente tienen los elegidos y que aparece cuando se abre de forma inexplicable un imaginario tarro de las esencias que sólo poseen un puñado de elegidos. Rafael ‘El Gallo’ afirmó que “ torear es tener un misterio que decir y decirlo ”, y tanto el faraón de Camas como el cigarrero de La Puebla poseen un halo misterioso que, de vez en cuando, se hace presente sobre el albero y les convierte en únicos. 

Curro toreaba acariciando como otros soñaban, y Morante torea como muchos anhelan y no consiguen alcanzar ni de salón. No es el mejor porque el toreo no se mide con estadísticas, porque el arte es subjetivo y se evalúa en emociones; y a cada cual le emociona un palo, una variante, un estilo... Para algunos no será el mejor, pero no cabe la menor duda de que es singular e irrepetible, que ha firmado faenas que pasarán a los anales de la historia, que es una dicha ser coetáneo suyo y poder gozar de sus actuaciones, que su nombre tira de los carteles como pocos lo hacen, y que sigue dándole categoría a fechas del calendario taurino que relucen más que el sol. 

Pero José Antonio parece no estar bien de salud. Cosas de los ánimos que no se curan con aspirinas ni antibióticos. Tras dos semanas de reposo hizo un esfuerzo para reaparecer en su Sevilla el Domingo de Resurrección. No hubo duende esta vez. Las condiciones de los toros que sorteó no le permitieron destapar el tarro de las esencias. No importa. El arte no aparece a golpe cantado el día “D” a la hora “H”, o dejaría de ser cosa sublime de la inspiración. Lo que importa es que el genio se recupere. Le importa al torero y le importa al toreo, tan necesitado de creadores con personalidad. 

Es fundamental que el de La Puebla se restablezca y vuelva a los ruedos con optimismo, vitalidad, brío, confianza y seguridad. Quizá no debería descartarse un indeseable parón para recobrar apetencia, fuerzas y, sobre todo, la felicidad. De momento ya son 12 los paseíllos que ha trenzado en este día tan emblemático que, quién sabe, en un futuro hasta podría recordarse como Domingo de Morarte.

 

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