CAPOTAZO LARGO
Faltan Celas y Albertis
Hace unos días me encontré con la foto de un brindis de Manuel Benítez “El Cordobés” a Camilo José Cela. El célebre escritor y académico de la Real Academia Española resultó galardonado, entre otros, con el Premio Nobel de Literatura, el Miguel de Cervantes o el Príncipe de Asturias de las Letras. Sin embargo, Cela siempre anheló haber sido torero, y así lo manifestó en cierta ocasión en la que, con su consabida ironía, confesó: “Yo quise ser torero pero sólo he llegado a Premio Nobel”.
El reconocido novelista descubrió la Fiesta de los toros antes incluso que sus aptitudes para la prosa. Apasionado por las costumbres de su tierra y las vivencias de sus gentes, el entusiasmo taurino le llegó de inmediato siendo un niño. Tanto fue así, que de joven intentó la aventura del toreo participando en las capeas que se organizaban alrededor de la zona de Padrón, en una época en la que Galicia en general y La Coruña en particular celebraban festejos con normalidad y satisfacción.
Pero Cela era más temerario que estilista y los revolcones se sucedían cada vez que cogía la muleta. Aquellos percances le ofrecieron la perspectiva real y más dura de la lidia, haciéndole ver que tener más valor que arte no era suficiente para alcanzar la gloria, aceptando que lo suyo era escribir y ver los toros desde la barrera. El gallego siempre presumió de afición acudiendo a los tendidos de las plazas, defendiendo el toreo con orgullo, codeándose con los matadores más ilustres de la época y trasladando su pasión por la tauromaquia a las páginas de su profusa creación literaria.
Otro ilustre literato español, Rafael Alberti, protagonizó una anécdota taurina también en Galicia. Su buen amigo Sánchez Mejías, matador, periodista y dramaturgo, y mecenas de la Generación del 27, le prestó un terno para que hiciera el paseíllo en su cuadrilla en la plaza de Pontevedra. El poeta desfiló a los sones del pasodoble y se metió en un burladero para pasar inadvertido sin salir de allí durante todo el festejo, pero el gaditano se sintió torero y en sus innumerables obras y versos siempre mostró su admiración y fervor por la tauromaquia, aún cuando estuvo más de 20 años exiliado fuera de España. “Los toros son una fiesta única, y ser torero me parece algo maravilloso, casi mágico”, manifestó en cierta ocasión.
El primer objetivo de Alberti fue estudiar dibujo y pintura, y gracias a aquella originaria intención tuvo la capacidad de diseñar el último traje de luces que vistió Luis Miguel Dominguín y también de pintar el cartel para una corrida que se celebró en el estadio de fútbol de Belgrado.
Cuentan que en cierta ocasión Juan Belmonte acudió a un festejo que presidía Joaquín Miranda, que había sido banderillero suyo y entonces era gobernador civil de Huelva. Un amigo del Pasmo, extrañado le preguntó: “Don Juan, ¿cómo se puede llegar de banderillero a gobernador?”. Y Belmonte, sin dudar respondió: “¿Pues cómo va a ser? Degenerando”.
Hubo tiempos en los que ser torero era un honor. Ahora también lo es, pero falta reconocimiento social. Sin duda faltan Celas y Albertis que presuman con naturalidad y orgullo de su taurinismo, y televisiones en abierto que lo muestren.