CAPOTAZO LARGO
Normas que complican el milagro de Algemesí
Defender y promover el toreo es mucho más complicado que llenarse la boca de palabrería a su favor. Los políticos tienen diferentes maneras de entorpecer la tauromaquia. Una es declarase abiertamente en contra e intentar por todos los medios, legales o prevaricadores, abolir su actividad (un ejemplo lo sufrimos actualmente con la supresión del Premio Nacional de Tauromaquia y con el destierro de los toros de la televisión pública nacional). Otra es elegir el enredo cada vez que se tiene la ocasión de favorecer o dificultar su desarrollo. Y de éstos también los hay de todos los colores.
El penúltimo caso lo sufrió la localidad de Chiva en agosto, cuando la persona encargada de solicitar a la Conselleria el permiso para la celebración de su ancestral Torico de la Cuerda, confundió días naturales con hábiles y presentó la documentación con dos jornadas de retraso. El error debió antojarse tan grave que la instancia fue denegada, despreciando el arraigo de una tradición cuyos primeros documentos escritos datan del siglo XVII. El asunto, lejos de solucionarse con buena voluntad y rapidez, sólo se arregló cuando los chivanos consiguieron que los medios de comunicación denunciaran la decisión institucional.
Ahora le ha tocado el turno a otra ciudad valenciana, Algemesí, que organiza una feria de novilladas que se pierde en los anales de la historia, y lo hace en una plaza única en el mundo construida con madera año tras año desde tiempos inmemoriales. La primera referencia escrita se encuentra en el Archivo del Reino de Valencia donde, al inscribirse los pagos hechos por la capital levantina en 1601, se registran dos apuntes con los siguientes conceptos:
- 4 libras para confitura para la plaza de toros de Algemesí.
- 20 libras, 7 sueldos, 2 dineros para sus cadafals.
El dato indica que en los albores del siglo XVII la fiesta taurina de Algemesí era popular e importante en Valencia -de ahí el aporte económico de la capital- y que la construcción de su plaza era ya algo tradicional.
No hace falta decir que, durante el transcurso de cuatro siglos, el montaje del coso ha evolucionado. Pero a pesar del paso del tiempo conserva su peculiar fisonomía rectangular y su estructura, dividida en 29 cadafals, 29 partes independientes que confieren al recinto apariencia de unidad, 29 peñas que se hacen con un puesto después de pujar en una subasta pública, 29 camarillas que venden sus entradas por separado, 29 tendidos a los que se accede por 29 escaleras propias.
Pues bien, hace unos años se redactó un reglamento para que todas las plazas construidas en la Comunidad Valenciana se adaptasen a una normativa concreta. Algemesí disfrutó de una salvedad temporal por su evidente carácter singular. Pero ahora la Generalitat advierte que el plazo ha caducado y, lejos de facilitar las cosas, reclama una documentación técnica tan general y aséptica como complicada de acatar que podría poner en serio peligro la feria más antigua de cuantas existen, prevista para la última semana de septiembre.
Es lógico exigir medidas de seguridad para todos, y también injusto empeñarse en imponer patrones de quimérico cumplimiento y de más que dudosa efectividad. La plaza de Algemesí es un patrimonio que merece mayor reconocimiento, y su construcción es seguida diariamente por mayores, jóvenes y niños, muchos de los cuales fomentan su afición viendo el milagro anual de su levantamiento. Cargarse, entre otras cosas, la posibilidad de que los observadores continúen curioseando, es una manera de obstaculizar el toreo. Quizá los algemesinenses deberían recurrir ya a la prensa, como hicieron sus vecinos de Chiva.