EN CORTO Y POR DERECHO
Reivindicar al torero
Por José Carlos ArévaloEl sostenedor de la Fiesta es el torero. Por una sola razón: es el que torea. Nunca decimos qué cinco verónicas tan buenas dio el toro “fulanito”, siempre decimos qué cinco verónicas tan buenas dio, por ejemplo, Morante. Y es que el toro embiste, pero quien torea es el torero.
Evidente, el protagonista de la Fiesta es el hombre, no el toro. Esto lo tiene muy claro el público, e incluyo a los aficionados sin ínfulas profesorales, que van o no van a la plaza según sean los toreros anunciados, y no por la ganadería que se vaya a lidiar.
Pero el toro es importante, importantísimo. Más que el óleo para el pintor, el barro para escultor y los instrumentos para el músico. Frente estos materiales yertos, el toro está vivo y en cada embestida quiere matar al artista. Lo que reduplica su importancia. Gracias a su amenaza letal consigue que el torero sea el único artista del mundo que compromete su vida con su arte.
Por eso, el torero fue un ídolo de masas. Es la reencarnación del joven héroe que vence a la violencia original de la tierra, el artista que convierte la naturaleza en paisaje, el demiurgo que amansa a la fiera. Y además, es el rebelde triunfador que se pone el mundo por montera, que se saltaba un cerrado orden social a la torera, el joven osado que siendo pobre se hace rico.
Pero ahora el torero ha pasado de ídolo de masas a personaje público desconocido. Y la culpa no la tiene la Fiesta, ni el hipercriticismo de los aficionados. El cambio se debe al apagón periodístico sufrido por todo lo relacionado con la tauromaquia. ¿Quién cortó la luz informativa al que sigue siendo el segundo espectáculo de masas? Nadie. Pero detrás de nadie está el animalismo con sus falaces argumentos y ese buenismo siempre eficaz con la gente que cree que un ciervo es Bambi y el toro un buen padre de familia. Y esa gente es mucha gente.
De modo que: ¡Torero, asesino! Un día recibí la postal de un animalista. La imagen: un toro corneando a José Tomás en la plaza de Badajoz. El reverso decía: le está bien empleado al asesino de toros.
Necios asalvajados hay pocos. Pero los indiferentes son muchos. El tácito boicot informativo ha invisibilizado la Fiesta y ya el gran público no diferencia a uno de otro torero. Salvo dos diestros, Morante y Roca Rey, casi ningún otro tiene fuerza en la taquilla. Y el animalista antitaurino se frota las manos: la destrucción de la imagen del torero es el principio del fin.
Para empezar, la anonimia del torero ha cambiado la trama de los despachos. Sin opinión publicada, sin información, la opinión pública desaparece y perece la fuerza del torero: el guirigay taurino en las redes solo es ruido de gueto, Y si todos los toreros, menos la media docena de siempre, son intercambiables para el gran público, el que llena la plaza, cambian las reglas del juego. A saber:
- El empresario tiene, como nunca antes, las manos libres y las cotizaciones toreras bajo control, como lo demuestra que todas las ferias, salvo Sevilla y Madrid, parecen la misma feria. Lo que resulta extraño, pues si la casi totalidad de los toreros, por muy buenos que sean algunos, tienen la misma capacidad de convocatoria, ¿por qué dejar sentados a tantos diestros de valía, a maestros veteranos en semi paro, a valores consolidados para la afición y desconocidos por el público, a jóvenes emergentes que no emergen, a recién alternativados para quienes ser novedad antes era un aval y hoy es un freno?
- El torero es hoy un personaje público atípico. Desconocido por el gran público, a merced de un empresario conservador y acosado, pasmosamente infravalorado por muchos aficionados que desconfían de los toreros sin fuerza taquillera, y son la bestia negra del animalismo imperante que les ha robado hasta el Premio Nacional de las Bellas Artes. Y, sin embargo, torean mejor que nunca.
Destruir la imagen del protagonista de la Fiesta es dinamitar a la misma Fiesta. El antitaurino lo ha hecho con tanta eficacia como la que empleó para destruir la imagen del cazador. Y su triunfo ha sido la expulsión del toreo en los medios de comunicación de masas. Pero lo absurdo es que los supuestos buenos aficionados, para demostrar que lo son, nieguen ahora la mayor: que vivimos un tiempo taurino con un escalafón poblado de grandes toreros y que la ganadería de bravo está lidiando el toro más bravo y mejor presentado de la historia.
Para salvar a la Fiesta de la derrota a manos de los antitaurinos animalistas, que hoy incluso están en el Gobierno de la Nación, no hace falta mentir. Basta con decir la verdad. Y si ésta se dijera, la realidad de la Fiesta actual sería el clamor que rompiera las murallas del gueto donde la sinrazón de propios y extraños la han metido.
Próximo viernes: Reivindicar al empresario.