EN CORTO Y POR DERECHO

La suerte suprema

Por José Carlos Arévalo
viernes, 28 de marzo de 2025 · 08:29

A la suerte de matar a espada se la llama suprema porque exige más suerte y más toreo. Pide más suerte porque la espada debe entrar entre dos costillas a un toro en movimiento, y exige más toreo porque en el momento del cruce, el torero ha de llevar muy toreada la embestida cuando la pierde de vista.

Pero el momento de la verdad demanda otros requisitos que pocos toreros cumplen. Por ejemplo, el domingo pasado, en la plaza de toros de Las Ventas, el espada Damián Castaño perdió la oreja que había merecido por su faena al bravo toro “Arenero”, de Adolfo Martín, si lo hubiera matado como lo pedía la lógica torera. “Arenero” había embestido mejor a sus cites en corta distancia, templado y muy humillado, sobre todo al final del trasteo, ¿por qué citar al volapié a tan larga distancia? Cuando se cruzaron torero y toro, éste llevaba ya la cara por las nubes, amén de que con la distancia, el matador pierde precisión para dar con la yema, exactitud a la que debe añadir un viaje del acero de arriba abajo y no tan paralelo al lomo, error geométrico que hace pinchar en hueso (costilla) con absoluta certeza.

La semana anterior, en la plaza de Valencia, Borja Jiménez, diestro de alta precisión en la distancia, la altura y el sitio de sus cites con capa y muleta, contradice toda su maestría al montar la espada. Debido a su baja estatura ha cogido el peligroso tranquillo de perfilarse lejos, embestir a la carrera con la espada montada en paralelo a la columna vertebral del toro y volcarse como un suicida sobre los pitones. Mata algunos toros, pero eso no es hacer la suerte suprema.

 

Foto: Alberto Núñez

 

Sin embargo, contra lo que piensan muchos aficionados, hoy se mata con mayor entrega, quizá porque el toro es más bravo y, por tanto, más fijo en su embestida final. En la plaza de Madrid miran mucho pero ven poco la suerte suprema. Solo valoran su colocación y, sobre todo, la protestan cuando no está en su sitio exacto. Pero no se enteran de cómo se ha hecho la suerte. Cuando escribo estas líneas recuerdo con nostalgia los ovacionados pinchazos, cuando pinchaba, del arnedano Antonio León, el mejor estoqueador que he visto. Eran otros tiempos taurinos y otros aficionados. Más conocedores y menos intransigentes, sabían lo difícil que es el toreo y no se indignaban tanto.

Lo cierto es que los matadores siempre han asumido la suerte de matar como la más difícil y peligrosa del toreo. Pero lo que no saben es que su dificultad también se debe a que el estoque, esencialmente el mismo del primer día, no está bien diseñado para matar toros. Heredero de la espada ropera que usaban los caballeros maestrantes de Ronda, ésta se había concebido para el combate entre hombres y la estocada frontal. Pero al toro se le mata por arriba y de poco sirve la curva, llamada muerte, para garantizar un poco más de suerte a la suerte suprema. Por fortuna, un científico estudioso del toro de lidia, Julio Fernández, puso sus conocimientos en la fisiología y anatomía de dicho animal a disposición del utillero más creativo, el ex matador Manuel Sales, quien ha innovado todos los útiles del toreo. Entre ellos, la espada.  Externamente igual a la de siempre ofrece una punta que hace más segura su penetración, unos filos de la hoja situados para coincidir con la parte del toro que tiene más muerte, un peso doblemente menor, que concentra toda la fuerza del matador en su acto de matar, un acero más duro y  flexible, y una empuñadura ergonómica adaptable al uso de cada torero. Por fortuna, la espada no está reglamentada y los diestros pioneros en utilizarla han multiplicado sus éxitos y han comprobado que su uso evita las largas agonías de toros a los que se hizo la suerte con pureza y precisión técnica. Cuando su uso se generalice habrá un mayor número de buenos matadores y la Fiesta habrá suprimido lo que ni el espectador profano ni el aficionado desean ver: la larga agonía de un toro.

Por supuesto, algo seguirá siendo inalterable: para matar a un toro ha de hacerse a ley la suerte suprema.