EN CORTO Y POR DERECHO
El empresario taurino y la crisis informativa de la Fiesta
Por José Carlos ArévaloVaya por delante que el empresario no es el malo de la película. Pero como organiza el festejo, programa la temporada o la feria, contrata a los toreros y las ganaderías, nada tiene de extraño que sea el máximo responsable del éxito o el fracaso de la plaza o plazas que gestione y, sobre todo, del futuro de la Fiesta.
De los resultados de una corrida son responsables los toreros, alguna vez el toro, pero del balance final de una feria, o de la temporada, el único responsable es el empresario.
¿Cuáles son las tareas del empresario? Antes de mencionarlas habrá que parafrasear a Ortega y Gasset y hablar del empresario y su circunstancia. Y la de hoy nada tiene que ver con la de un pasado no muy lejano. Hace años, las plazas de toros tenían una clientela más amplia. Los medios de información general, nacionales y locales, trataban con amplitud la información taurina (prensa, radio y televisión). Hoy, excepción hecha de algunas cadenas autonómicas, la Fiesta no existe como materia informativa para la televisión, el medio que congrega a las masas; es muy fragmentario y restrictivo su tratamiento, una crónica breve y poco más, en la prensa escrita, la que crea opinión; y, salvo excepciones en las CCAA muy taurinas, la radio ha olvidado cómo informaba de la Fiesta en mejores tiempos. Los medios digitales, redes incluidas, podrían llenar el vacío mediático, porque gozan de un gran seguimiento, pero los portales y foros únicamente son visitados por los aficionados. En consecuencia, el gran público está al margen de lo que pasa en la Fiesta, no se entera de los resultados de las corridas, es incapaz de evaluar y jerarquizar a los toreros y a las ganaderías, y solo se adhiere a los carteles que anuncian a diestros que han hecho ”marca” a base de años. Paradójicamente, suelen ser más comerciales cuando ya han pasado sus mejores tiempos. Y, por supuesto, ha desaparecido el “torero novedad”, el que tomaba la alternativa con fuerza y al que todos los públicos querían ver. Ahora, el vacío informativo los ha transformado en “toreros desconocidos” que, por tanto, carecen de fuerza taquillera. Todo esto entorpece el relevo generacional del escalafón, es el finiquito para diestros ilusionantes o un calvario de pocas y aisladas actuaciones frente a ganado de tercera categoría.
Este generalizado estado de cosas ha producido una situación insólita en el mercado taurino. La gente, el gran público, sigue yendo a los toros porque la Fiesta es un espectáculo de raíces profundas y porque unas fiestas patronales sin toros son como un banquete sin vino. El vacío informativo es aún mayor respecto a las novilladas, hasta tal punto que han perdido su mercado y son algunos ayuntamientos y las instituciones autonómicas de Comunidades muy taurinas las que han tomado el relevo a las pequeñas y muchas empresas antes gestoras de la tauromaquia de base.
Ante esta situación, ¿qué hace el empresario de las grandes ferias? Asegurarse con antelación la presencia de las veteranas figuras para rematar los carteles que dan solidez al abono, contratarlas con antelación para asegurar su participación y colocación en las fechas más estratégicas, prever que no toreen esos días en otras plazas y de paso intercambiar la seguridad que dan por unos salarios más módicos.
Todo esto es muy comprensible, pero también lo es que el público y los aficionados se sientan decepcionados, poco atraídos por una temporada sin fibra, con tufo a tongo, sin el aliciente de un escalafón más competitivo, sin el sobresalto estimulante con que antaño las grandes tardes de algunos toreros consolidados o de nuevos espadas mantenían la tensión de la Fiesta al rojo vivo. La última decepción ha sido la excepcional actuación de Jiménez Fortes el pasado sábado de Gloria en Málaga, que no se ha traducido en su inmediata incorporación a las ferias. Tan solo, que se sepa, José María Garzón le contratado para la feria de Almería.
Semejante caso habría provocado estupor y escándalo en otros tiempos. Pero el silencio informativo ha deparado al empresario actual una libertad de acción que nunca tuvo. De ahí la impunidad del intercambio de “cromos” para programar las ferias, lo accesible del veto de unos toreros a otros en determinados carteles y la práctica desaparición del apoderado, un profesional imprescindible para descubrir toreros, lanzarlos y administrarlos.
En tiempos pasados, lejanos y próximos, la política de despacho no era tan determinante porque había información taurina y, por tanto, una opinión pública que el empresario estaba obligado a tener en cuenta. Y no la servía por fuerza, sino de mil amores. Si los medios se hacían eco de los grandes hechos de la temporada, programar a sus protagonistas atraía a los públicos y animaba las taquillas.
Y ahora viene la gran pregunta: ¿Por qué la Información guarda silencio ante el segundo espectáculo de masas de este país, contraviniendo la más elemental lógica periodística? En principio se puede acudir a motivos culturales, como el desarraigo de la vida natural en las ciudades captadas por la cultura urbana, industrial y tecnológica, cada vez más ajena a los espectáculos nacidos de la relación del hombre con el animal, como la caza, la pesca, la hípica y el toreo. Quizá el mensaje animalista, que humaniza a los animales y deshumaniza a los humanos, se haya sumado de manera oportunista al alejamiento cultural de muchos ciudadanos, que ni aprueban ni condenan la Fiesta, pero la sienten ajena. Por supuesto, hay que tener en cuenta estos factores para explicarse la indiferencia o animadversión de bastantes medios y soportes informativos hacia la tauromaquia, pero no hay que adjudicar toda la responsabilidad a estos factores culturales. Entre otras cosas porque el rejuvenecimiento del público taurino es sorprendentemente espontáneo, no inducido por nadie, salvo en la plaza de Madrid, cuya empresa ha arbitrado estrategias, no aprobadas por todos los aficionados, pero con evidentes resultados.
La Fiesta está en crisis, eso es innegable. Se asume, con razón, que lo que no existe en los medios de comunicación deja de existir. Y sin embargo, la tauromaquia existe porque la gente va a los toros. En esta ambigua coyuntura, al empresario taurino no solo le cumple conocer el estado actual de todo el toreo, desde el primer espada al último recién llegado, el momento que atraviesan todas las ganaderías y hasta las prestaciones de las cuadras de caballos,, también debe trabajar imperativamente dos flancos de la comunicación. Uno con su clientela, para que la plaza vuelva a ser un símbolo de identificación del pueblo con su ciudad; y el otro con los medios informativos, con los que debe establecer una inteligente relación profesional. Llevarlos a cabo no es tarea fácil, dado el erróneo planteamiento de los pliegos que adjudican las plazas a las empresas. De esta espinosa cuestión tratará el artículo del próximo viernes: “Limitaciones estructurales a la gestión del empresario taurino”.