EN CORTO Y POR DERECHO
La Fiesta, entre carcas y progres
Por José Carlos ArévaloSoy conservador porque hay que conservar lo bueno. Y soy progresista porque hay que eliminar lo malo. O sea, estoy más solo que la una.
Los toros y la política viven una situación aberrante. Protegida la Fiesta por el Partido Popular (es innegable y hay que agradecérselo), la gente piensa (bueno, pensar no piensa) que los toros son un espectáculo de derechas. Y desde que Vox se ha subido al carro, sus extemporáneos vivas a España dan a las plazas un improcedente tono cuartelero, así como los programados insultos a Pedro Sánchez atufan a inoportuno montaje.
Lo que no saben los carcas es que la corrida moderna, la que hoy ven en las plazas, está influida por la ideología democrática del tiempo en que se fundó la última tauromaquia. Entonces, a la par que el villano se convertía en ciudadano, el subalterno del caballero se erigía en líder de la corrida. La corrida dejaba de ser una fiesta nobiliaria y devenía en festejo popular. El público llano, irrelevante en la corrida caballeresca, alcanzaba el rango de respetable, el coro escénico con más atributos de todo el género dramático. Y el primer texto enciclopédico del toreo, la tauromaquia de Pepe-Hillo, nacía a medio camino entre la Enciclopedia de Diderot y D’Alambert y las Cortes de Cádiz.
Y lo que no sabe la “progresita gente” es que la lucha en defensa de la Fiesta contra los cuatro primeros borbones (lo cuatro prohibieron las corridas) implicó a todas las clases sociales, a los maestrantes y directivos de las Juntas de Hospitales, que protegieron a los toreros; a la clase media, sostenedora del recién creado mercado taurino; y al industrioso burgués rural, que sustituyó al noble y a la Iglesia en la propiedad del agresivo toro ibérico, y fue el creador del toro de lidia. Verbigracia, cuando se habla del pueblo se habla de todo el pueblo.
Quizá el torero sea el artista más innovador de la modernidad. De la capa de vestir creó un complejísimo instrumento, transmisor de belleza y de los sentimientos estéticos más íntimos. Cuando le acopló una prótesis (un palo) y así inventó la muleta, el instrumento de la reunión definitiva de torero y toro. Cuando dividió la lidia en tercios (Costillares) propuso al espectador tres lecturas simultáneas: la etológica, que descubre los comportamientos del toro; la heroica o mítica, que evalúa la ética del torero; y la artística, que paladea, rechaza o le deja indiferente.
El torero, el único artista que compromete siempre su vida con su obra, es un creador en perpetua evolución. Desde la supresión del empeño gimnástico (que no entraña toreo) hasta la entronización de la suerte (que no se puede hacer sin torear); desde la búsqueda inicial de una sintaxis para el toreo mediante los galleos hasta su consecución con el toreo ligado en redondo, la tauromaquia moderna, o sea la actual corrida de a pie, forjada por el torero en tiempos de la revolución democrática, ha logrado crear un nuevo lenguaje visual y muy complejo, el abismal arte de torear que le permitió a García Lorca decir: la corrida de toros es el espectáculo más culto del mundo.
Pero, por desgracia, la afirmación del poeta sirve de poco. Ni los carcas ni los progres, ambos subnormales, lo han leído. Y lo que es peor, tampoco las masas iletradas que los siguen.
¡Qué país, Miquelarena!