JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ

Ánimo Resilente

lunes, 22 de octubre de 2018 · 15:00

Lo de enfrentarse a seis toros puede terminar siendo un exceso de bureles para un solo matador y hasta un desconcierto para el público si terminan siendo 8, por tener que devolver dos a los corrales. Intentaré explicarme:

El aficionado lo sabe, valora el empeño y juzga las posibilidades del coletudo que se afana en la gesta, porque si con los dos toros en corrida ordinaria puede ocurrir cualquier cosa, con la saca para una sola montera ¡ni les cuento!

El Juli, según biografía y estadística, tiene en su haber 14 encerronas. La última tuvo lugar el día 13 de Octubre en la plaza La Misericordia de Zaragoza. A rebosar se hallaba de un público entendido y,  como se evidenció, muy afecto a Julián López.

El diestro llegó serio a la plaza, dispuesto a lidiar a los 6 enchiquerados y de distintas ganaderías.

Cumplía el torero el vigésimo de alternativa, tenía que estar a la altura de su currículum en la efeméride conmemorativa. 

La fama comporta presión. Al iniciar el paseíllo, acompañado de dos sobresalientes, me acordé de Joan Manel Serrat, aficionado a los toros, que con ocasión análoga en su carrera de cantautor escribió Fa vint anys que tinc vint  anys. También El Juli después de dos décadas tiene mucha fuerza. Lo demostró.

Conociendo el superlativo dominio de capote y muleta de este maestro, quien más que menos auguró se vería un muestrario de lo mucho que atesora.

Los toros fueron, pues, cada uno de sus respectivos hierros. Variedad en las sangres y en los tipos y, por lo que oí hubo esmero en la elección de las reses  en el campo.

Estas corridas en solitario suelen cuadrar sobre el papel. Dan cartel y si el torero ya lo tiene ganado anuncian esperanza. Torero y aficionados creen con fe ciega de carbonero que vivirán una apoteósica tarde para recordar.

Después, sobre la arena, algunas reses no presentan el mismo trapío que aparentaban entre las encinas y se hace realidad aquello de que lo grande en la dehesa termina siendo chico en la plaza. Y un poco de esto es lo que verificamos el día 13. Algún toro lo consideramos escasamente entipado para ser lidiado en La Misericordia.

Comprensible que el espada se disgustara al  ver como el bonito  toro que abría plaza devino en inservible al rematar contra el pilar de un burladero partiéndose un cuerno. Despitonado (posiblemente el mejor) se volatizaría la inicial alegría; notamos en el público la primera contrariedad. Disgusta que un animal criado y seleccionado para morir en la plaza tenga que ser  sacrificado en lo oscuro.

Reponerse es lo que toca cuando ocurren estos hechos.

Más tarde vino en salir de toriles un toro que acabó derrengado. La protesta del público no se hizo esperar y fue devuelto.

Debió esto pesar en el ánimo del torero y tuvo que rehacer la idea de lo  que traía pensado en la cabeza, al tiempo que procuraba no afectara a los tendidos. La continuidad y el  ritmo en los espectáculos que se componen por fases  suelen contribuir al éxito.

En ese punto comencé a pensar que el vocablo “encerrona” denostado por muchos, no estaba tan mal aplicado. No hay casi respiro para zafarse de los azares con 6, uno detrás de otro, y peor aún  si terminan saliendo otros 2, un tren... de toros.

El Juli, no obstante, no se fue de vacío. Corto una oreja a dos de los toros.

Es cierto que su estoque no anduvo certero, y muy lamentablemente en uno que había toreado bien. Son cosas que pueden ocurrir en tardes señaladas y duelen.

Los críticos ya han juzgado y desmenuzado las faenas y han calibrado el grado de satisfacción con que salimos del coso.

Mi intención, como creo intuye el lector, no ha sido otra que prestar atención a la exigencia de este concepto de lidia pluscuamperfecta que, para alcanzarla, demanda no sólo un gran conocimiento de los encastes, de la técnica, de la variedad en el dominio de las telas (para no repetirse), y de seguridad en el manejo de los aceros. Y, además, siendo mucho lo apuntado, hay que tener ánimo resilente para superar los imponderables y ver, en cada toro, el primero de la tarde.

Actitud y fortaleza que suele darse en toreros bregados, aquellos que han experimentado que un solo toro puede hacer gloriosa una tarde y hasta una temporada. Ese fue el espíritu de El Juli, aunque la tarde se le puso enseguida cuesta arriba, para terminar un tanto homérica.

Como es natural, imagino, los 2 trofeos le supieron a poco, pues fue hasta la orilla del Ebro a llenar el esportón.

7
1
100%
Satisfacción
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Esperanza
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Bronca
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Tristeza
0%
Incertidumbre
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Indiferencia

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