JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ

Los animalistas desenfocan

domingo, 30 de diciembre de 2018 · 09:00

Acabo de ver en unos vídeos como viven en su hábitat   los animales salvajes, nada nuevo bajo el sol. Los leones luchan entre ellos a muerte y matan con ferocidad a sus propios cachorros y por descontado a los más variados seres para alimentarse. Los felinos desconocen la piedad.

Los cocodrilos arteramente sorprenden al temeroso ciervo sediento que se acerca a la orilla del río a beber y, súbitamente, es  arrastrado, sumergido y volteado con giros espeluznantes..., mientras el agua se va tiñendo de rojo. No sigo porque son escenas que muchos hemos visto filmadas y algunos haciendo turismo exótico en directo.

Y todos sabemos de la insospechada furia que puede tener un perrillo faldero dispuesto a atacar y no digamos de la que hacen gala los gatos domésticos, si  hacen uso de ella...

En la calle, recientemente, pude ver una inesperada pelea entre dos perros. Quedé impresionado de la saña con la que se mordían el uno al otro en todas las partes del cuerpo y, hasta del peligro que inusitadamente  corrieron sus alarmados dueños al haber  perdido el control de sus mascotas.

Me viene esto a la memoria porque recientemente estuve en una  macro explotación de ganado vacuno, que alberga mil vacas lecheras. La mayoría de las reses permanecen allí tranquilas y agrupadas, tras un vallado  con largos pesebres y fuentes de agua que llenan sin cesar los abrevaderos.

Allí las vacas comen, beben y rumian apaciblemente bajo un amplio techado, mientras otras pacen libres por los prados lindantes. Éstas por su volumen deduje eran las preñadas a punto de parir.         

En fin, los animales de los que escribo son y actúan según su naturaleza y entre ellos habría que citar a los que componen la cabaña de lidia, porque  desde que nacen en la dehesa disponen de los cuidados del ganadero para poder vivir según su instinto de bravura, así como del veterinario, mayoral, vaqueros y pastores que se ayudan para el manejo, de  caballos, cabestros y perros.

Los toros viven en vacadas con mínimas injerencias del hombre: La colocación del crótalo, el herraje y la prueba de tienta para verificar si son poseedores de casta. Para los que gustan de embestir siempre hay hombres y mujeres que adoptan la actitud de querer burlarlos. Se trata del juego, no exento de riesgo, que ha devenido en el arte del toreo.

Los animalistas desenfocan la tauromaquia porque la realidad natural del toro es que vive y muere según su condición de bravo y puede alcanzar el indulto, privilegio que no tienen los otros animales.

       

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