OPINIÓN

Otro toreo

viernes, 18 de mayo de 2018 · 10:28

Llegó mayo y con él se abrieron millones de amapolas salpicando de rojo los lienzos verdes de los cereales. Para verlas hay que salir al campo, mejor temprano y cuando el sol alumbre entre nubes. El sol es y da vida en primavera en cualquier haza de tierra, por árida que sea.

Ahora que nos alertan que las ciudades se están haciendo irrespirables por  la contaminación hay que pasear por los caminos de la huerta y del secano; seguir el curso deacequias; asomarse a los hondos sotos donde escuchar el trinode ruiseñores, jilgueros, verderones, calandrias… y tantos otros pájaros que ponen en evidencia nuestro precario conocimiento de esas joyas de plumas que acompañan nuestro andar.

Un placer sentirse a cielo abierto en la soledad del campo y detenerse, para tomar impulso, ante cualquier ribazo convertido en jardín  silvestre, cuando aún guardamos el alegre eco de la Feria de Abril y comienzan las Cruces de Mayo, e inmediatamente se abrirán después los  Patios Cordobeses y llegará San Isidro con reparto de claveles.

Un mes mediterráneo para admirar colores y embriagarse de aromas de azahar, tomillo, romero, retama, menta...

Pero volvamos a la humilde amapola, tan poco amante  de ser apresada en florero. De ella se cuentan historias buenas y alguna mala.

Las buenas tienen que ver con su impacto pictórico en el paisaje y por sus propiedades medicinales en infusiones y las malas porque son consideradas por los labradores chupadoras de nutrientes que destinana los cultivos. Contra ellas arremeten con herbicidas sin piedad y, aún así, resisten. Son prolíficas en diminutas semillas negruzcas que se esparcen por la corteza de la tierra sin necesidad de germinar al año siguiente, conservando el vigor hasta el momento propicio para enraizar, crecer y abrirse como besos a la luz.

Estoy seguro de que algunos lectores habrán tenido ocasión de observar, en estos días primaverales, como las golondrinas de ébano se lanzan , raudas desde lo alto de su cielo azulsobre los sembrados, instante  en el que a mí se me antoja que el ababol abre su muleta de pétalos rojos y la golondrina embiste como toro celeste. Otro toreo

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