OPINIÓN

Cambrils - Puerto

sábado, 14 de julio de 2018 · 16:17

Alrededor de la festividad de San Juan todos los años procuro hallarme en Cambrils (Tarragona), allí me convocan sus dilatados atardeceres sobre un dócil mar, lámina de agua ondulada que va cambiando de tonalidades, según pinta los celajes del recién estrenado verano.

Salgo de casa para situarme, tras un largo paseo que comienzo más allá de El Pi Redó, en el Muelle de Poniente, desde donde se abre la bahía hasta un remoto cabo. Y a mi izquierda, al alcance de la mano, está la bocana del puerto.

A la hora que llego al dique fenece el día y la flota pescadora hace rato que está amarrada, fatigada de olas y horizontes.

Por la angosta bocana contempló como parten y entran embarcaciones de recreo y un llagut de madera a remos que desplazan con sus brazos un  equipo de  mujeres jóvenes, imagino pertenecen a algún club deportivo. Reman con movimientos rítmicos, acompasados,  metiendo y sacando a un tiempo las palas del agua. Desde donde estoy percibo el estregón de los remos contra los escálamos, y sigo como la barca se separa de la escollera  dejando estela.

Es bella esta estampa de las vigorosas mozas resueltas a adentrarse en la mar cuando declina la tarde.

No puedo evitar pensar, por contraste, en los reos encadenados al duro banco en travesías de arribadas inciertas. Tampoco han cambiado tanto las cosas en el Mediterráneo para los migrantes en pateras.

Las  chicas siguen encarando su robusta barca en la rada y en la oscuridad que comienza adueñarse de la ensenada. Ya a lo lejos, en  un  bamboleo parece que las pierdo pero pronto las vuelvo a ver.

A mi espalda el espacioso puerto. Me doy la vuelta y no veo ningún amarre libre.

Algunas gaviotas desde el aire escrutan las cubiertas vacías de hombres y de morralla; cualquier olvidado despojo  sería un apetitoso regalo para llevarse al pico...

Y más allá del agua amurallada con puerta siempre abierta al mar, que en eso consiste un puerto, veo los edificios que fueron viviendas de los hombres de la mar como en una acuarela, ahora destinados  a restaurantes, heladerías, pizzerías, licorerías...

Cambrils-Puerto ha devenido en gran salón comedor. Las calles son una prolongación de los negocios de restauración, con abono, claro, de tasa municipal, que repercute en la nota.

Desde donde estoy, ahora, me llega el eco de las voces y cánticos de un grupo que han decidido embarcar en un modesto “crucero” para celebrar la despedida de soltera o soltero de algún amigo. Es frecuente con este motivo organizar un paseo marítimo con guateque a bordo.

Sentado en un banco de hierro miró el mar y el cielo. Pienso que hay una hermandad cósmica entre ambos. ¿No son los dos mares? ¿O quizá los dos cielos? Este es un buen lugar para intentar verificarlo.

El sol en pleno ocaso rebasa la cadena litoral y se derrama en lingotes de oro y cobre sobre la superficie del mar que los recibe y enfría.

Comienza a encenderse el alumbrado en el puerto y en el pequeño “crucero” el pasaje está en plena euforia, momento en que se ilumina la nave como una verbena, mientras sigue alejándose de la marina.       

Cuando decido volver hacia casa ya es de noche en el mar.

Busco y no encuentro una mesa libre en la que tomar una cerveza acompañada de un puñado de sardinas a la plancha. Y... me acuerdo de las gaviotas.

 

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