JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ

Una brizna de recuerdo

lunes, 3 de septiembre de 2018 · 18:40

Es posible que muchos de los lectores de PEDRO PÁRAMO guarden como reliquia alguna de sus frases; yo me quedé con una que me obligó a consultar la palabra  saponarias. Juan Rulfo, al empezar su novela nos describe un tórrido verano así:

Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias.

Durante el recién terminado mes de agosto me acordé a menudo de como le cuadraban al verano ibérico las palabras del escritor.

Días tuvimos en que dejaron de volar los gorriones y, si algunos vimos en la ciudad, fue junto a las fuentes y surtidores. En el campo, pasadas las primeras horas de la mañana,  los pajarillos se albergaban en la sombra de las copas de los árboles y allí aguardaban se apagara el fuego del sol y les llegara el primer relente.

Salir de excursión era una temeridad, las gentes hablaba de “golpes de calor” y hasta de muertes; las temperaturas rebasaban los 40 grados centígrados, y se repetían día tras día prendidas en los labios los metereólogos/as.

Esperé para poder salir de caminata  hasta los últimos días de agosto en que las tormentas aliviaron ligeramente el ambiente.

Finalmente salí a andar y lo hice participando en una marcha a pie entre viñas de 12 Km., que terminó siendo de 14 Km., esta actividad figuraba como acto lúdico-deportivo en la 48 Fiesta de la Vendimia en la Feria de la denominación de origen de la Conca de Barberá, en Espluga de Francolí.

Resultó una experiencia gratificante y singular seguir un trazado entre extensos cultivos de viñas, olivos, almendros, avellanos y nogales y, aunque no pudimos  ver trufas porque se desarrollan en el subsuelo, seguro que pisamos tales tesoros culinarios.

En un alto en el camino fuimos informados de este misterioso y recién incorporado cultivo, con expresa recomendación de probar la tófona cuando se terciara la ocasión, por ejemplo con unos simples huevos fritos con ralladura de trufa. Manjar humilde que la trufa eleva a la quinta potencia. Y hablando de untar invocamos el vino para acompañarlo: blanco, tinto, rosado... llevábamos ya unos cuantos kilómetros de viñas y, en el Monasterio de Poblet (sede espiritual de monjes con lagar entre muros), los organizadores de la marcha nos habían obsequiado con un “tastet”  (degustación) de vino en porrón.

Contemplar las viñas es un gozo. Cuando lo hacemos desde lo alto de serrijones nos evocan un mar rizado por la marinada o el seré (vientos de la zona). Y cuando nos distanciamos de ellas se difuminan en verde-azul que se funde a lo lejos con el cielo. Y, si nos aproximamos, nos parece que tienen espíritu militar, guardan las cepas perfecta formación en filas exhibiendo la condecoración de los racimos ganados sin moverse del pedregoso sitio.

Al pasar por la Ermita del Torrent, habiendo dejado atrás el Castell de Riudabella, nos refrescamos en su fuente y nos dieron a degustar, entre otros, el vino que se obtiene de la uva de la cepa trepat, autóctona de esta comarca y de la que uno piensa, por libre, que algo tendrán que ver con ella los monjes del medioevo que fueron los que roturaron y organizaron estos campos.

Dejamos el lugar con breve apunte de leyenda que asegura que allí dejó señales la Virgen, cuestión en la que no entra el caminante, porque le parece más poético lo hiciera Nuestra Señora en lo que hoy es el templo del Monasterio y por eso la Comunidad canta la Salve en gregoriano y en recuerdo le encienden sobre el altar tres velas, y lo hacen día tras día y siglo tras siglo.

Los excursionistas saboreamos los caldos con la lengua y paladar limpios, notamos como el dulzor del vino  pone alas nuestras piernas, que ya acusan las miles de zancadas dejadas en el camino y les parece que beber  sin abusar del porrón es cosa tan antigua, por no decir clásica, que enseña: para llenar la boca grande y para vaciar sutil y fina.

En el pueblo el 26 de agosto se celebraba fiesta grande, muchas familias de la Conca de Barberá trabajan en conseguir el mejor vino del mundo. Tienen vinos intramuros y extramuros.   Los hay detrás de recias defensas de mampuestos rematadas con almenas y otras abiertas a todos los vientos.

La de este año ya es historia, aquí se deja una brizna de recuerdo.

 

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