JOSE LUIS RODRÍGUEZ

Golfillo con plumas

Cuando fenecía el soleado día 20 de marzo, por casualidad, me enteré de que aquella jornada había sido destinada, en todo el mundo, a los gorriones
viernes, 29 de marzo de 2019 · 07:37

Cuando fenecía el soleado día 20 de marzo, por casualidad, me enteré de que aquella jornada había sido destinada, en todo el mundo, a los gorriones.

Estos pájaros son aún los más numerosos de los que anidan a nuestro alrededor y me preocupa al detectar que disminuyen en la ciudad en la que vivo.

Me entero, por estudios verificados por los ornitólogos, que su presencia desciende en porcentaje alarmante por doquier y apuntan diversas causas de tan lamentable mengua.

No, no voy a repetir lo averiguado. Soy un  modesto aficionado que siente simpatía por los gorriones y me consta es frecuente que los humanos prefiramos entre las aves a alguna en particular. Ramón Gómez de la Serna se inclinó por las golondrinas a las que escribió hermosas cartas y también las invocó en sus chispeantes greguerías.

Desde niño, no sé por qué me sentí atraído por el descaro de los gorriones y he de confesar que llegué incluso a darles caza con cepos y hasta crié a algún volantón caído del nido.

 Los había que los abatían con escopetas de aire comprimido. En fin, se mataban pájaros e incluso se vendían en ristras en las tiendas de comestibles junto a liebres, conejos, tordos... y en muchos bares se ofrecían como tapa.

Estas actividades que les cuento hoy nos parecen rudas contra tan delicadas aves.

Lo que acabo de escribir, más o menos, es lo que este verano pasado manifesté al incorporarme a  un grupo ornitológico de l’Espluga de Francolí para participar en tareas de observación silvestre. Y añadí que, dándose en el pasado tal pasión por la caza, sin embargo, los pájaros eran entonces  abundantes.

Los gorriones en bandadas revoloteaban alrededor de los espantapájaros, que los hortelanos situaban para que no fueran a escarbar y desenterrar las semillas o a picotear las primeras briznas de verdura.

Los “enemigos” de los pardales éramos unos exterminadores poco eficaces, frente al gran número y  buena salud de la que gozaban, capaces de superar con sus nidadas nuestras fechorías tramperas. Es ahora cuando resulta que están siendo letalmente diezmados por el progreso.

A mi me parece que los gorriones, habituados  a vivir junto al ser humano, están contagiados de su  estrés. No lo puedo demostrar, pero lo creo.

Ya no hay campos segados en los que espigar, las máquinas cosechadoras no dejan detrás otra cosa que humo, ruido y polvo. Los almíares sólo los vemos pintados en los cuadros antiguos y los gorriones se quedaron sin su sombra en la que pasar las horas de la canícula. Bocatejas, rendijas..., árboles vetustos con recovecos..., cuadras y corrales en los que entrar y hurtar el grano de los pesebres van desapareciendo. Todo esto y mucho más han perdido los pardales.

...Ahora por el campo rugen máquinas atomizadoras que lanzan líquidos insecticidas asfixiando a millares de invertebrados que los gorriones no podrán llevarse a su pico ni tampoco a la de sus hambrientos polluelos...

Granjas, edificios y construcciones se elevan herméticamente cerrados.

¿Quién no recuerda la algarabía de los gorriones en las horas del mediodía del estío, asomando sus cabezas por los mechinales en paredes maltrechas de adobe?

El gorrión para poder sobrevivir se nos ha tornado en escaso golfillo que ha aprendido a tomar vermut en los veladores urbanos, a los que se aproxima cautamente en busca de la caridad de  unas migajas de patatas fritas.

       

       

       

       

       

       

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