JOSE LUIS RODRIGUEZ

La urraca

lunes, 14 de diciembre de 2020 · 16:50

Los  benasqueses a la urraca la llaman carraca, nombre  ajustado al sonido onomatopéyico de su “canto”, lo que dice de la aguda percepción naturalista de los montañeses.

Por las tierras de Lleida este pájaro recibe la denominación de garsa, donde no tiene buena prensa; con ese nombre se conoce a quienes husmean en la vida de otros y se hallan pendientes de sus descuidos para atesorar lo que no les pertenece.

De los agricultores se afirma que se la tienen jurada a la  urraca porque come y picotea los frutos, pero he constatado que  aquellos se limitan a espantarlas de sus tierras; no rompen sus nidos, a veces al alcance de la mano, ni les ponen cepos.

A un pagés le oí decir que la carne de garsa es tan mala que ni los gatos la quieren.

Los cazadores aseguran que las urracas allanan los nidos de otras aves, se embaulan los huevos que encuentran y, si se tercia, matan y se comen a los polluelos, con lo que merman los cazaderos para pluma.

Es notorio que la picaza o pica-pica (también conocida con estos nombres y otros más) no se granjea amistades por donde vuela y salta.

Los conductores a menudo la observan en las carreteras y autopistas aplicadas a los despojos de conejos, serpientes, gatos, etc., víctimas de los vehículos.

Los pilotos difícilmente sorprenderán  a la urraca. Ella ha  aprendido a calcular la velocidad con la que se aproximan y, antes de que la rueda le dé alcance, volará rauda hasta la bionda o rama más próxima para volver, inmediatamente, al festín interrumpido.

La carraca es inteligente.

Es un córvido capaz, según dicen, de reconocerse  ante un espejo y de imitar la voz humana.

Recuerdo que siendo niño, allá por 1950 un circunvecino tenía una urraca (con un ala semi recortada para que no huyera) que creíamos amaestrada y se paseaba llevándola posada sobre  un hombro. De vez en cuando el pájaro repetía el nombre de su dueño: “PEGDRO”. Le salía así el nombre, entre afónico y cavernoso, pero comprensible.  Los chicos, con sorna, halagábamos al dueño del ave  diciéndole era un loro de secano.

La urraca se siente atraída por los objetos brillantes. Las joyas, por ejemplo. No es la primera vez que en uno de sus  sarmentosos nidos aparecen elementos destellantes de valor o sin él.

Al margen de sus costumbres a mí me parece un ave muy elegante. Viste de gala, de negro y blanco, con largos faldones que levanta a capricho y se desplaza dando gráciles saltitos.

Antes, cuando la vestimenta era tradicional y las mujeres iban de medio luto (negro y blanco), me evocaban, si se adornaban con algún dije o esmeralda verde, el plumaje irisado de la urraca.

La conducta de la urraca se corresponde con la de los córvidos, que al parecer van en aumento y se acomodan bien a la vida urbana.

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