JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ

Goya

viernes, 6 de marzo de 2020 · 07:30

En mis manos el libro-catálogo de la exposición  dedicada    a Goya: dibujos. Solo la voluntad me sobra.  Editado con  ocasión del bicentenario del Museo del Prado. Se trata de un bello volumen que reúne una selección de obras datadas y comentadas.

La celebración de este evento ha traído consigo una llamada de alerta a nuestro planeta taurino, al difundirse algo  tan insólito como que Goya denunció el juego de los toros, según sostienen algunos, y dicen puede advertirse en sus famosos grabados, argumentando son representación del crudo dramatismo de la lidia.

Sin embargo, el realismo del artista y la variedad de imágenes permiten diversas interpretaciones, siendo posiblemente la más acorde la que refleja su estima por la tauromaquia, en el momento en que las clases populares decidieron admirar a quienes optaron por burlar al toro, a cuerpo limpio y en las plazas públicas.

Quien escribe esta líneas no es crítico de arte ni historiador y piensa que, si lo fuera, podría citar de carrerilla a estudiosos con  criterios personalísimos y también contradictorios sobre los grabados goyescos.

Cuando surgen pareceres dispares sobre la obra de un creador tan vigoroso como Goya, y a la vez tan observado, bueno será contemplarla desapasionadamente, sin prejuicios doctrinales.

La parte de libro que nos ocupa, respecto del periodo  1814-1816 TAUROMAQUIA, referido a la tercera serie gráfica de Goya, anuda, a la indudable belleza y complejidad formal y técnica, el elemento  de terrible violencia. Hasta el extremo de hermanar las composiciones, que parecen “fotografías de un reportero” con el dramatismo de los Desastres de la guerra. Idea trágica que subyace en alguno de los comentarios, así en la caballeresca de El Cid Campeador, al dar muerte al toro montado a caballo, leemos: “La violencia de la escena, con la lanza que atraviesa al animal (...)”.

Si el jinete no parara al bravo animal aquel y el caballo  morirían corneados.

Al autor de los textos no se le escapa el dominio del lápiz    al fijar los primeros pases, ni el valor de quien sin desembozarse de la capa hace que humille el toro y con un molinete sale airoso del encuentro.

Me congratulo de cómo se juzga el dibujo preparatorio del estudiante de Falces al escribir: “Goya concibe la imagen al modo de un baile en el que el torero juega con el animal, desplazándose alrededor de él.”  Eso ya es lidiar, y no es ni violento ni trágico. Es toreo.

Se recoge también en el catálogo el dibujo de la cogida de Pepe-Hillo, en la plaza de Madrid, “como un alegato contra la muerte, la violencia y el miedo omnipresente en cada uno de sus lances”.

El debate suscitado me ha hecho caer en la cuenta de que se deja anotado que el artista sentía afición personal por la caza, lo que nos advierte del interés (quizá pasión) por la persecución y muerte de animales salvajes, conducta que se contrapone a la de quienes interpretan los dibujos como una hipotética denuncia animalista del pintor.

No siempre, a la vista del conjunto de pruebas, se dispone de  elementos para sostener aquello que se desea sea.

Y para cerrar este apunte, me parece oportuno evocar otro libro, el titulado GOYA FIGURA DEL TOREO, de Manuel Mújica Gallo (Ediciones Cultura Hispánica-Madrid), texto prologado por don Gregorio Marañón, del que me permito transcribir:

“(...) muchas veces el estudioso cuanto más penetra en una cuestión se inclina más hacia la duda que a la afirmación rotunda. Pero la tesis parece suficientemente demostrada; y con esta edición, que hoy ofrece el Instituto de Cultura Hispánica, hemos logrado persuadir al autor para que elimine toda vacilación interrogadora: “Goya, figura del toreo”.

 

 

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