JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ

Mi Lazarillo

viernes, 26 de junio de 2020 · 20:21

Creí haber perdido mi viejo Lazarillo de Tormes. Lo comenté con mi esposa y vino en decirme que presto libros y algunos no volvieron al palomar... No repliqué y comencé a buscarlo.

Pertenecía a la colección Austral, edición de final de la década 1950. Tenía párrafos subrayados, quizá con glosa personal y dibujos en los márgenes. Su pinta, al cabo de los años, era de papel  tostado. Lo recordaba así.

Seguí buscándolo. Di con el de Camilo José Cela: “Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes”. Bueno, algo es algo, me dije, y cuando estaba ya convencido de que era paloma  desnortada apareció.

Cuando el desenlace nos sorprende para bien nos sentimos como el pastor de la parábola: ¡Qué alegría! Y no sólo por encontrarlo, sino porque es la prueba de que no nos faltan tantos libros como se auguraba.  Uno vale por mil.

Ya en mis manos lo examiné y, efectivamente, contiene anotaciones y un dibujo que es trasunto goyesco del episodio de la longaniza.

Hay libros que merecen ser releídos y el del Lazarillo es uno de ellos, bastará recordar que se alzó con bríos frente al Quijote.

Dispuse de sosiego y volví a revivir la vida del niño huérfano de padre, al que su madre, al no poder criar a un segundo hijo al ser preso el padrastro, lo cedió a un ciego para servirle de guía. Individuo oscuro, cruel y ruin que transmitió al chico malas mañas y prevenciones para los inciertos caminos de la vida.

La primera lección que tomó el inocente mozuelo, al dejar atrás Salamanca, fue la calabazada contra el torito de piedra, al  decirle el ciego que si arrimaba su cabeza oiría la música de su interior...

El “preceptor” hizo del infante un docto en trepas y maldades.

De pícaro a pícaro sólo hubo la distancia de la venganza, resumida en este donaire:

-¿Cómo, y oliste la longaniza y no el poste? ¡Olé! ¡Olé! -le dije yo.

El ciego fue engañado al saltar fiado y darse de bruces contra un poste, quedando tan mal herido que Lázaro no supo lo que Dios hizo de él, ni procuró saberlo.

A Lázaro las lecciones recibidas le vendrán a la memoria en torno al pan de cada día, aún  arrimándose a los hábitos clericales, donde huele el bodigo (pan de ofrenda) pero para catarlo pasa por ratón y sierpe, y termina  buscando nuevo amo.

Fue un escudero al que siguió y le dejó sin comer, beber y a los pies de la Justicia, que le echó mano por el collar del jubón:

-Muchacho: tú eres preso si no descubres los bienes de tu amo.

De un amo muy atildado, pero más gallofero que él. Sin nada que inventariar y embargar.

Y otra vez fue con otro hombre de iglesia, un mercedario, que le regaló el primer par de zapatos y le duraron sólo 8 días.

No escarmentado de hábitos, la novela recoge que asentó con un buldero (quien reparte las bulas), advirtiendo al poco era un proteico actor y falsario, capaz de crear milagros para vender  bulas. Con este artífice de mentiras logró comer por los servicios de complicidad y silencio.

Su arrimo a las iglesias hizo que un capellán le cediera un asno y unos cántaros para repartir agua, con lo que algo ganó y pudo vestirse con ropa vieja.

Lázaro, mejor vestido, intentó entonces ser alguacil, oficio que adivino era peligroso y prefirió pregonar vinos y demás bienes y hasta conductas de condenados hablando en romance, habilidad en la que sobresalía. Por ello fue contratado por el señor arcipreste, quien le casó con una de sus criadas y termina la novela en un triángulo, pues quien ha de mirar a dichos de malas lenguas nunca medrará.

De tal suerte que, siguiendo el consejo del señor arcipreste,  Lázaro devino en marido de la criada sin mirar lo que sucedía de noche y de día en la casa paredaña del arcipreste.

No es de extrañar, pues, que este libro fuera prohibido por la Inquisición y tuviera un gran éxito.

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