JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ

Entrevista imposible

viernes, 7 de agosto de 2020 · 10:03

No se trata de preguntar a los muertos y que ellos hablen, por muy ilustres que en vida hubieran sido. De algunos, afortunadamente, nos quedan grabadas sus palabras, imágenes cinematográficas y documentos que nos evocan fielmente su personalidad, sin olvidar los biógrafos contemporáneos.

Los historiadores y escritores, partiendo de tales fuentes, obtienen resultados intelectuales de gran valor.

Nuestro trabajo (lo confesamos) es ficticio pero sin dejar  de participar del acervo que nos dejó el torero Juan Belmonte, que rememoraremos bajo el sesgo de entrevista periodística, en un lugar y momento intemporal.

Pregunta. Maestro, esta entrevista es imposible. Le confieso que me gustaría ser Del Arco y que usted y él vivieran.

Respuesta. Los dos somos un recuerdo en la tierra. Del Arco, de la prensa escrita, como genial entrevistador-caricaturista de La Vanguardia y yo como un torero español.

P.  De usted se escribió mucho y se sigue escribiendo.

R. Tuve un buen Homero; dejé  huella en las plazas que pisé y confío sea todo la consecuencia por mi entrega al toreo. Ahora dicen que Luis Rufino ha puesto en orden que me retiré definitivamente en Córdoba. Pocas cosas quedan ya por contar.

P. ¿... y todo comenzó en Sevilla?

R. Sin olvidar los alrededores; el campo circundante de ganado bravo. El torero nace con uno; se hace en las dehesas y se cuaja en las plazas.

P. De niño, según he leído, usted ya apuntaba maneras; venció a su primer toro, el de la oscuridad.

R. Es cierto, de chiquillo me impuse derrotar el miedo y lo logré. Aunque andando el tiempo descubrí otros sentimientos que también nos pueden llegar a atenazar, como el de tener que sobreponerse a los cambios de estado de  ánimo, lo que a veces no resulta fácil y puede acabar siendo trágico en la vida de los toreros. No olvide que los toreros somos conscientes de que la muerte nos acecha en cada toro que lidiamos.

P. ¿Torear es siempre vencer?

R. Al toro, hasta que pida la muerte en la muleta.

P. Qué me dice del público?

R. Del respetable de lo que se trata es de convencerlo, incluso en días que todo se pone cuesta arriba. El aficionado valora la entrega, a veces mucho más que el resultado.

P. Siendo usted niño se enteró de la muerte de Espartero.

R. Cierto, aquella muerte impresionó a los mayores y se irradió hacia los menores. También sucedió cuando murieron en la plaza Joselito, Ignacio Sànchez Mejía, Manolete... A los niños les llegan las ondas de alegría y las de pesar de los adultos. El radar siempre lo tienen conectado y lo captan.

P. Y por qué, Maestro, esa conmoción con ocasión de la muerte de los toreros?

R. Puede tener diversas explicaciones, yo le apuntaré una: El toro te  permite expresar tu vocación, el valor con arte, ganar fama, dinero y te puede quitar la vida, pero nunca la gloria obtenida en el ruedo. Las puertas grandes son para los matadores un adelanto del pedazo de cielo que nadie  ni nada les podrá arrebatar. Si el toro prende al maestro se produce un contrasentido, un contradiós. El público está convencido de que quien asume la lidia conoce la técnica para salir invicto del palenque. De hecho abundan críticos que sostienen que las cogidas son simples  accidentes por falta de dominio, de técnica.

P. Volvamos a su niñez, su madre murió...

R. En Triana, sucedió cuando yo era muy chico. Su repentina desaparición devino en un hondo desconsuelo, que me fue llegando como la oscuridad termina apagando la luz del día. Poco a poco fui comprendiendo y asumiendo que en la vida me tendría que aventurar sin ella.

P. ¿A qué?

R. A lo que fuera surgiendo, primero al lado de mi padre; después  llevando a término infinidad de acciones que con ella creo no me hubiera atrevido por temor a disgustarla. La madre es el verdadero ángel de la guarda y si no su sombra luminosa.

P. Una de las “aventuras” fue ¿escaparse de casa?

R. Sí, me fugué con un amigo y supe lo que era dormir “a la bollé etoile”, con los inconvenientes de no tener un techo y pudo aún ser peor. Pero mi verdadera hazaña fue la de querer convertir el juego del toreo callejero en algo real: Me puse con mi entera voluntad, que era decidida, ante un becerro muy hecho, sin casi sitio para moverme.  Aquello fue algo “imposible”, como esta entrevista.

P. ¿A usted le animaban?

R. Una vez en la calle me vieron torear de salón y me dieron un duro. Si creen en ti tú te creces.

P. El pan y los toros se combinan en la cabeza o en el estómago?

R. Armonizan por un principio de responsabilidad que surge en las familias que son pobres y honradas. Los mozos  que vive en ellas conllevan mal el ver pasar estrecheces a los suyos y los que se sienten idealistas y con fuerza, algunos, intentan ser toreros para salvarse y salvar a los suyos de fatigas.

P. ¿Ser torero en Sevilla ¿tiene guasa?

R. De entrada en Sevilla hay pocas cosas que causen perplejidad,  Sevilla hace siglos lo ha visto todo, pero si de lo que se trata  es lograr llegar a vestirse de luces y hacer el paseíllo en la Maestranza, eso siempre es algo nuevo y muy serio. En Sevilla en los toros no se habla. Para eso ya están las calles, las tabernas... Cuando tuve la fortuna de hacerlo había tantos que soñaban lo mismo... Fui uno de ellos y me costó lo mío.

P. Usted decía no saber explicar lo qué le hacía a los toros.

R. Es verdad, yo no lo sabía exponer, aunque hay toreros que incluso son capaces de describirlo; por ejemplo, Ignacio Sánchez Mejía que podía competir hasta con los críticos. Yo carecí de ese don y eso que me gustaba mucho leer. Aunque a veces leía cosas sobre mi toreo y no las compartía. Lo que se hace con cada toro es tan personal como único. Por eso decimos que cada toro tiene su lidia.

P. ¿Era su toreo, como dicen, tan diferente del de Joselito?

R. La pugna entre Joselito y yo enfebreció la imaginación y creo se llegó hasta el desbarre absoluto, siendo ello fruto de la pasión taurina.Nos llevaría muy lejos hablar ahora de dos estilos. Ya lo  hicieron los revisteros y los críticos, incluso los modernos.

P. En su vida hay leyendas preciosas...

R. A mí me agradan las que son verdaderas.

P. ¿Por ejemplo?

R. Las de torear de noche, desnudo (tras cruzar el Guadalquivir), en las dehesas de Tablada, con el temor de ser sorprendidos y sancionados severamente, sintiéndonos heroicos maletillas. Allí, en la más absoluta soledad nocturna del campo, andando a tientas, buscando al toro. Lo explica muy bien Manuel Chaves Nogales, en mi biografía al alimón, que intuyo usted ha leído.

P. Cierto. ¿Y la de Guareña?

R. Terrible por los toros; pésimo el “empresario;” los caballejos de los picadores desventrados; los 3 torerillos lisiados; los guardias civiles matando a tiros al toro y las víctimas (nosotros), sin saberlo, encubriendo al carterista que le pispó los cuartos al ruin empresario. Y lo que son las cosas, obtuvimos finalmente una cuota de nuestros honorarios del delincuente. Los comienzos son duros y a menudo tortuosos.

R. Cuando leí esa historia escribí en el margen del libro esta glosilla: Guareña, Guareña, ¡Qué mala tierra para torear en ella! Usted contó otras..., me llamó la atención la de la compra de un diamante en Méjico:

R. En mi primer viaje me vi casi obligado a comprar un pedrusco para no romper la costumbre de los toreros de éxito en España, que consistía en lucir por allí un anillo con un diamante engastado. La piedra preciosa que me merqué fue a parar a mi padre que la terminó luciendo por Sevilla. Yo nunca me puse una joya en las manos.

P. Hay un 2 de mayo, en Madrid, que usted, no obstante, lo explicó requetebién a su biógrafo.

R. Se refiere, imagino, al mano a mano con los Gallo. Con ellos era harina de otro costal. Seguro le ha dado por pensar lo que narré de un simple vello en mi pierna que, rebelde, sobresalía de la media de seda y yo lo observaba sentado en el estribo de la barrera, mientras Joselito trazaba una tan hermosa como soberbia faena, de principio a fin, dominando, valiente, artista...y la plaza entera, sin fisuras, entregada. Mientras, mi toro, seguía esperando en el chiquero y yo ensimismado, mirando el vello que, impertinente, asomaba por la urdimbre de la seda y no podía ponerlo debajo de la tela. ¿Una nadería? ¿un leve mal augurio? ¿Un barrunto del ánimo cambiante? Y mi toro aún esperando. Quizá lo del vello era estrategia inconsciente para coger fuelle, para detener la angustia creciente de tener que confiarlo todo al toro que  saldría al toque de clarín. Sonó, ¡por fin! Abrieron el portón y dijeron de mí que nadie había toreado así. ¡Qué cosas!

P. Me hubiera gustado estar aquel dos de mayo en la plaza.

R. Primero tendría que haber nacido y después haber conseguido la entrada.

P. La pasión, maestro, y usted lo sabe, lo puede todo, hasta lo imposible...

* Entrevista trenzada con recuerdos de algunos hilos y cabos sueltos de libros, artículos y sin olvidar la biografía de “Juan Belmonte, matador de toros” de Manuel Chaves Nogales -Alianza Editorial- El libro de bolsillo.

 

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