JOSE LUIS RODRÍGUEZ

Centinela

viernes, 22 de enero de 2021 · 06:42

Algunas zonas de Gardeny guardan, junto al verdín del abandono, un  eco de la vida que un día albergaron; lo pude experimentar el otro día al acercarme paseando hasta  aquellos muros y antiguo gobierno militar, ya desvencijado.

Han pasado casi tantos años como las cuentas de dos rosarios musulmanes desde que ascendí, por primera vez, a cumplir allí el servicio militar.

Ahora soy un jubilado, formo parte del batallón de octogenarios y me considero un veterano afortunado al poder recordar los años vividos, quizá con alguna imprecisión o laguna

Llegué hasta la empinada sede de los templarios andando solo, despacio, en silencio, sin cayado, por un camino del que salen volando de los márgenes gorriones y tórtolas que viven allí emboscados y, en las umbrías observo recrece el húmedo musgo invernal, el de los pesebres que buscaban mis nietos.

Los pinos, espaciados, se dejan acariciar por la brisa helada de un sol brillante y madrugador pero que aún no calienta.

Las garitas, aupadas, sin centinela, advierten de la absoluta falta de enemigos que avistar; pero siguen allí como simbólicas defensoras de los lienzos de muralla de un cuartel inexistente. Firme permanencia de perfiles constructivos que admiran los turistas visitantes y revivimos quienes en ellas hicimos guardia en días y noches, buenos y malos.

Con el paso del tiempo se borran muchos hechos vividos pero no se olvidan las garitas en las que estuvimos de centinela.

Me he arrimado tanto al muro que lo puedo tocar con los dedos de la mano. Lo palpo. Está frío y tiene el inconfundible humedad la de piedra que no hay suela de bota que lo aísle. Instintivamente alzó mis pies, alternativamente, y los golpeo  contra el suelo, lo mismo que un centinela...

Revivo, sin duda, uno de aquellos momentos.

Me quedo largo rato mirando la garita sin que nadie me vea a través de la aspillera; ni oigo la voz imperativa de ¡alto!. Todo eso ya es historia, recuerdos con los que uno se transporta a su periodo de mozo de vida militar.

Hice dos guardias armado con fusil mauser de cerrojo. Una en la llamada puerta falsa del Cuartel de Artillería y otra, por causas que no recuerdo, en la Prisión Provincial.

Doy un rodeo a los muros evocando mi servicio en la puerta llamada falsa, la que estaba  en el tramo del recinto por el que se decía que algunos soldados se iban sin permiso del cuartel, lanzándose para ello por el desmonte  abajo, hacia la carretera de Zaragoza.

El oficial de la guardia conmigo fue tajante:

-Por aquí no se va a escapar nadie.

Esquinada la garita, abierta al viento, sin luna que luciera sobre su cúpula y sin bombilla eléctrica. Noche de tinta china. Allí relevé al centinela saliente y me quedé con el “chopo” dispuesto a pedir el santo, la seña y la contraseña contraseña y, si fuera necesario (Dios no lo permitiera) a mover el cerrojo de la “novia”. Mi cerebro seguía repitiéndome:“Por aquí no se va a escapar nadie”.

Durante mucho tiempo solo oía el viento.

El viento acaba siendo tan monótono como las hélices de los ventiladores y las guardias son penosamente aburridas.

Faltaba aún para mi relevo cuando me pareció escuchar un ruidillo discordante al conocido del del viento, ya memorizado.

Agucé todos sentidos, me quedé quieto como una estatua para poder distinguirlo del del aire.

Silencio.

Y me dije: Habrá sido una erizo.

Estando en esta creencia volví a oírlo y me pareció tenía visos de ruido de arrastre, de roce, algo se restregaba levemente contra algo. Miré hacia donde parecía que el viento traía el sonido y no vi nada.

Noté el fusil en mis manos de una manera muy distinta al de la instrucción. Tenían algo de imán, de intensidad eléctrica...  Grité:

- !Alto al centinela! ¡Quien va! ¡Santo y seña!

 Y me respondieron:     

 -El oficial de guardia.

 El ruido lo hacia el sable del oficial al rozar en el suelo.

        

        

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