RICARDO DÍAZ-MANRESA
Dámaso ya tiene placa
Por fin y llegó el ahora que debió ser el antes, pero Dámaso ya tiene placa. Más méritos que algunos que se le adelantaron o los adelantaron. Pero nunca es tarde si la dicha llega. Ésta sí ha llegado, algo tarde pero ha llegado. Y Dámaso tiene su placa en Las Ventas, plaza que lo torturó al principio y lo aclamó convencida al final, cuando estuvo a un gran nivel pero quizá no en el de sus mejores tardes.
Larga historia de este albaceteño de pro, conocido de 5 formas diferentes : primero, como Lecherito y Curro de Alba, en sus tiempos de maletilla y novillero; después, como Dámaso González, ya en los carteles; a continuación como Damaso, sin acento en la primera a, sobre todo en su tierra y finalmente sólo, no hacía falta más, como Dámaso.
Luchó como una fiera toda su vida y tiene una frase sublime e increíble : fue feliz como nunca en las capeas, entonces cuando empezaba. No en sus temporadas en los grandes carteles y enormes triunfos. No en las plaza de primera. No en cruzar esas puertas grandes. No. En las capeas, como maletilla, cuando más.
Ni tampoco supongo en las apoteosis damasistas, como yo le llamaba, en la feria de septiembre en su querida tierra. En la plaza y fuera. Qué ambiente en la ciudad, qué interés, qué entusiasmo. Y él solito lo lograba. No sé si lo superaron, y eran dos, Pedrés y Juan Montero. Tampoco lo que consiguió Chicuelo II. El solito, apoteósico. Y no digno nada cuando lo bordaba en la plaza.
Ha sido con Diego Puerta el más valiente que he visto. Ojeda y él han sido los que más cerca se han puesto y han dominado a los toros. Templar y poder.
Como hándicap, su físico algo desgalichado. Hasta tal punto que ha pasado a la historia por ser el torero que peor llevaba la corbata y no digamos el cuello de la camisa.
Cuando vino a Madrid, en tiempos del crítico Navalón, fue masacrado por esta pluma, pero ahí siguió y siguió. Lo mismo intentó hacer con Ojeda, pero no pudo con ninguno de los dos. A éste le llamaba saco de patatas.
Dámaso no decayó, y estuvieran de acuerdo con él o no, terminaron respetándolo y valorándolo todos, aunque yo creo que menos de lo que se merecía. Y sin tragar ni un gramo de saliva.
No recuerdo otro torero que estuviera más tiempo en la cara del toro, con la expresión más tranquila que se podía ver. Rostro y zapatillas, dos claves para juzgar a un torero. Pues las de Dámaso no podían estar más sujetas a la arena.
Tenía fama además de ser buena persona. Y todos con los que he hablado lo afirman rotundamente. Y lo que sí está claro, y a la vista de todos, es la fidelidad a su tierra : finca en Albacete, casa en Albacete, ganadería en Albacete, y siempre, en su barrera en la feria de su Albacete. Por eso, su entierro fue un clamor de multitudes con todas las calles abarrotadas. (El otro muy destacado, Pedrés, se fue a Salamanca y nunca más se supo).
Por todo lo escrito se merece todas las placas del mundo. Y mucho más. Como la de Madrid. Y que asistieran Niño de la Capea, Ortega Cano, Miguel Ángel Perera, Fernando Cepeda, Curro Vázquez, entre otros, y sus familiares Luis Francisco Esplá y Paco Ureña. También Samuel Flores y Manolo Lozano.
Es que fue grande este Dámaso.