FIRMA INVITADA
El "Pájaro" taurino de la felicidad
Por Antonio Cepedello"La felicidad es un pájaro al que sólo se puede tocar unos segundos, porque si lo coges, le estropeas las alas y te lo cargas". Me lo dijo uno de mis maestros, un día que me encontraba muy triste y cabreado, porque no era capaz de trazar ni una línea sin tachones con tinta china. Entonces, ni le hice caso, ni entendí nada de lo que me quería decir, pero unos años después descubrí lo acertado que era este mensaje. Y ya no paro de repetirlo y acordarme de ello, cada vez que soy feliz y dejo al instante de serlo.
La primera vez que le vi sentido a esta moraleja escolar fue cuando por fin disfruté de la belleza incomparable del toreo. Era una tarde otoñal, en la plaza de Las Ventas, cuando Rafael de Paula me hizo llorar de emoción al ver cómo llevaba prendido en su capotillo a un toro de la ganadería de 'Martínez Benavides', con una elegancia, temple, belleza, emoción y una cadencia tal, que sólo dos verónicas me llevaron al paraíso celestial o al terrenal, qué sé yo.
Entendí entonces también lo adecuada y oportuna que es la segunda parte de este consejo del bueno de Don Blas, porque si mi éxtasis llega a durar varios segundos más, ya no estaría ahora aquí para contarlo. Por fortuna, luego he tenido sensaciones similares con otros diestros en el ruedo, como Curro Romero, Antoñete, José Tomás, Morante de la Puebla, Curro Díaz o Juan Ortega, y también con banderilleros, como Manolo Montoliu, Manolo Ortiz, Juan Luis de los Rios o Fernando Sánchez, o con picadores, como Manolo Montiel, Agustín Collado o Pepillo de Málaga.
Ahora quién me hace sentir el hombre más feliz del mundo y el aficionado taurino más afortunado de la historia es un crío jiennense, Alfonso Morales, cada vez que hace el paseíllo. Y eso que todavía anda sin picadores, pero tiene unas cualidades taurinas, tanto físicas como mentales, que lo pueden convertir en un figurón de época. Bueno, para que les voy a mentir, no puedo ser objetivo en este caso.
Por ello, pido perdón de antemano, porque pueden estimar todos ustedes, y con más razón que un santo, que exagero y soy demasiado subjetivo al valorar a mi gran amigo Alfonsito, pero también es cierto que la objetividad no existe en ningún arte, y menos aún en el toreo, y que las sensaciones son todas personales.
Nunca había sacado un pañuelo para pedir orejas y rabos, porque me formé como aficionado taurino en la Andanada del 8 de Las Ventas, donde eso era algo casi prohibido. Pero ya no saco sólo un moquero, sino todos los que hagan falta para lograr que cada tarde salga a hombros el hijo de Alfonso e Isabel.
Mi 'pájaro' de la felicidad ha sido casi siempre taurino. Y lo seguirá siendo, mientras Morante de la Puebla, Curro Díaz, Juan Ortega, mi Alfonso Morales y otros muchos toreros hagan brotar de nuevo mis sentimientos, hasta poder tocar, aunque sea sólo unos segundos, las alas al vuelo de ese rito sagrado y sublime al que llaman toreo.