MANUEL VIERA

Talavante, fin de la historia

miércoles, 17 de octubre de 2018 · 09:15

Sea como fuere, su mano izquierda resume con elocuencia la enorme manera de emocionar. Incluso las pinceladas menudas y aisladas, como fragmentos diminutos, son sensaciones que llegan al alma. No hay más que recordar su última tarde en Zaragoza para apreciar el grado de arrebato con el que supo adueñarse de la situación. Y allí, en el día del emotivo adiós de quien es símbolo de tantos valores en el toreo, buscó el triunfo como refugio y desengaño de la realidad tras perder su gran apuesta en Las Ventas. En la que los “victorianodelrío” y los “adolfos” sumergieron la existencia de su gesto otoñal, impidiéndole acabar con los fantasmas que emanaron de la inesperada ruptura con la Casa Matilla tras sus nuevas exigencias motivadas por la salida, en procesión, por la Puerta Grande de la Monumental plaza madrileña en el pasado “San Isidro”.

Desde entonces, su presencia en las ferias se difuminó igual que le escasearon las citas desde aquella otra tarde de los seis cárdenos caídos a plomo en el coso venteño. Sin embargo, al sabor de la derrota impuso su criterio cuando se cruzó de nuevo con el toro para relatar la forma de animar las voces calladas. Y lo hizo con esa mano zurda que parece ser la herramienta que denota la obsesiva creación de nuevas verdades en el ruedo de la plaza.

Su tristeza, muda y agónica, después del complejo desafío al sistema, del que ha formado parte activa y con el que pretendió reivindicar mejor sitio, parece haberle destruido la ilusión. Incapaz de liberarse de la sensación de soledad, apenado y desencantado, se va. La decisión, tan sorpresiva como insospechada, produce un doble sentimiento de decepción e impotencia por la absurda ida de un indispensable en el entramado del toreo actual. La de un torero en plenitud que reúne a la perfección el valor, la pureza, el sentido lírico y la elegancia, para hacer de la lidia una emoción. Y esto, tan poco habitual, genial y rotundo, es el toreo. El que no vamos a ver hacer ni sentir por culpa de las inadmisibles situaciones, tan paradójicas y extrañas como confusas e incoherentes, que provoca la grotesca comedia de la insolencia empresarial.

De entre los muchos problemas que azotan al mundo del toro hay uno ubicuo que es causa y efecto de muchos otros: la independencia. La misma que ha engullido a Alejandro Talavante. El reto se acabó. Fin de la historia.

 

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