MANUEL VIERA

Llenó la plaza y dijo adiós a Sevilla

miércoles, 2 de octubre de 2019 · 06:55

Se ganó a pulso su condición de figura del toreo. Con planteamientos sólidos y artísticos construyó y afianzó su tauromaquia tras excelentes obras maestras por las más importantes plazas de toros de España, Francia y América. Retos difíciles superados con no más de media docena de excelsos naturales. Lejos del esnobismo o la figuración el pasado sábado llenó la plaza y dijo adiós a Sevilla. Y lo hizo tan entregado como convincente de su toreo. El mismo con el que consumó la histórica tarde de los seis “victorinos” en Bilbao. O el empleado en aquella otra de Sevilla con toros de tres ganaderías distintas. O aquel “mano a mano” con Morante en la Maestranza con reses marcadas con el hierro del ganadero de Galapagar.

Pues éste, con tan extensa obra en su dilatada carrera, dio repuesta impecable a su última cita en la plaza de sus sueños y triunfos. La misma que lo aupó a la gloria con cuatro Puertas del Príncipe. Así que, Manuel, volvió a rememorar el pasado haciendo posible el presente con declarada voluntad de ensalzar el aspecto más emotivo de su clásico concepto.

Porque El Cid se dio a Sevilla y Sevilla se rindió a El Cid desde la sonora ovación momentos después de romperse el paseíllo. Porque su mano zurda volvió a constituir el hilo conductor de una lidia de momentos exquisitos. Porque, además, volvió a hacerse presente esa singular capacidad de transmitir la emoción. Emoción que llegó con el lance a la verónica verdaderamente brillante e irresistible encanto. Un toreo puro, cadencioso y a compás, con el que templó las primeras embestidas de su primer toro. Con el natural, tan hondo como de esmerado trazo, superó con suficiencia lo dicho con la diestra, dándole sentido emocional a una faena de sentimiento y enorme intensidad. En suma, una obra estimable que habría salido ganando con una espada más acertada en su diana.

Pero he aquí que en su último toro en la Maestranza brotó la sensibilidad de Sevilla. El cariño de una gente ante la entrega y, sobre todo, ante la capacidad para hacer y decir una tauromaquia en terreno propicio para ser entendida. Fue toda una invitación al toreo. Pero también una respuesta impecable al deseo de un público volcado con su torero. A hombros lo pasearon matadores, banderilleros y amigos. Todos le acompañaron en la emotiva despedida al salir por la puerta de cuadrillas. Y así, feliz, abandonó su plaza.   

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