MANUEL VIERA

Roca Rey, dueño y señor de Sevilla

En un ambiente felizmente caldeado, un puñado de muletazos diestros, tan deliciosos como magistralmente trazados, hilvanados y estupendamente rematados, provocaron el respingo de la gente y, sobre todo, la más enorme de las emociones
miércoles, 8 de mayo de 2019 · 07:46

Quizá el toreo no sea más que una forma de música. Es decir, un alimento del alma que se disfruta por sus virtudes estéticas, por su enorme belleza y por su apasionada emoción. El toreo revela en su encanto, su fuerza y su transparencia, la sutil forma de crear arte.  Y cómo lo creo quien se erigió rey en la Maestranza. Pocas cosas emocionan tanto que ver torear así de bien. Algo de culpa la tuvo el mismo que lo hizo, que supo firmar después una de las obras más emotivas vistas en una plaza de toros. Y mucha de la culpa la tuvieron también las bravas embestidas de un gran toro de Núñez del Cuvillo.

Él contó su historia y propuso su toreo apoyándose en el valor y la calidad evidentísima de su concepto. Qué su tauromaquia sea personal, divergente y discutible, es una más de sus muchas virtudes. La lidia a “Encendido” fue estremecedora y de intensidad apabullante, en la que el torero limeño expresó el toreo. Una lidia que debería bastar para confirmar que lo hecho fue mucho más allá del valor. Una obra de convincente calidad alzada en modelo de perfección. De espíritu fundamentalmente puro. Una lidia que hizo gozar progresivamente por su valor y frenético virtuosismo. Una tauromaquia que despertó el asombro y la admiración de toda la plaza. Seductor toreo de mano baja y tela arrastra, ora por la derecha, ora por la izquierda, que adquirió de inmediato la categoría de magistral.

En un ambiente felizmente caldeado, un puñado de muletazos diestros, tan deliciosos como magistralmente trazados, hilvanados y estupendamente rematados, provocaron el respingo de la gente y, sobre todo, la más enorme de las emociones. Todo fue de incuestionable atractivo emocional. Fue el toreo rítmico, hecho muy despacio, armónicamente bello y, al mismo tiempo, puro. Muy puro. Sin aristas rugosas y hecho y dicho con contundencia.

Roca Rey toreó con un temple descomunal. Sometió por abajo las bravas acometidas con la tela acariciando la tierra. Hilvanó y remató el natural verdaderamente brillante, sabiendo explotar, además, las posibilidades de unas nobles embestidas con sitio y medida de los tiempos. Contemplación y emoción. Dueño y señor de Sevilla

 

 

 

 

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