MANUEL VIERA

Un gigante en Bilbao

miércoles, 28 de agosto de 2019 · 08:00

Claramente, Ureña, es un héroe. Cuanto más profundiza en su tauromaquia, más convence. De modo que el lorquino ha sido un gigante en Bilbao. El gran triunfador de la Semana Grande. El mayor artista del arte de torear. Sobre la tierra gris del ruedo de Vista Alegre redescubrió su talento para definir su concepto. El que encierra el enorme potencial que le ha de llevar a ser parte de la historia del toreo.

Un característico sabor a sensibilidad marcó la inolvidable tarde. Paco le echó algo más que verdad a dos emotivas lidias. Sublimó su toreo sobrio y extraordinario. Hiló fino para poder mostrar su profundidad expresiva en faenas donde la habilidad técnica y el virtuosismo llenó de excelencias el histórico día. Una manera de hacer el toreo a través de unas formas que evitan los tópicos para celebrar la exaltación de lo clásico.

Porque hubo toneladas de emoción. La emoción que colocó la lágrima en el ojo cuando hundió el acero después de decir el toreo puro y duro con una tranquilidad pasmosa. Como si estuviera en trance. Satisfecho de su obra. Ni más ni menos que la maestría engrandecida. La torería en el romanticismo de un desplante. El realismo pasmoso del temple. La inspiración en los remates de pecho. La creatividad de una tauromaquia estimulante y sensacional. Una nueva aproximación, más auténtica y natural, al toreo con el que logró generar un mundo de apasionante belleza. Un goce irresistible asumido por el gran público bilbaíno.     

Fue una verdadera felicidad ver torear así de bien. El torero de Lorca lo consiguió en versiones de altísima categoría. Firme, riguroso, dando el pecho, citando de frente y capaz de incrementar su valor en cada uno de los muletazos diestros y siniestros. Faenas, templadas y muy puras, que irradiaron el talante sabio y sereno de quien regresó a Bilbao para allí consagrarse como figura del toreo.

Sin cambiar su habitual semblante circunspecto y triste, su mente, en apariencia ajena a todo lo que no fuese su pretendida obra, estuvo totalmente absorbida por el hacer con el que produjo una enorme alteración de gozo en la plaza. Realizó una lidia profundamente seria, delicada, sorprendiendo por la fuerte atracción que fue capaz de ejercer sobre el espectador, que se vio, sin apenas notarlo, sumergido en un mar de sensaciones. Maravilloso.    

 

 

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