MANUEL VIERA

No hay más realidad

miércoles, 4 de marzo de 2020 · 07:03

Para entender la ilógica de una suerte sólo basta ser testigo de cualquier tarde de toros en las que se desvela la perdida progresiva de su fundamento. Pocos aficionados dudan del cada vez más minusvalorado tercio de varas. Poco más que un trámite en la lidia del que se teoriza mucho y se practica poco. Porque no ha lugar. No lo admiten la mayoría de los toros de hoy demandados para el toreo actual. Esa es la cuestión por la que, en la casi totalidad de las corridas de toros, se prescinde de un “castigo” tan disimulado como dar por bueno lo que es penoso.

Ya es sabido que Morante de la Puebla quiere revitalizar la que fue célebre corrida concurso de Jerez. Y en ello está. Observando y reseñando toros para la lidia con las posibles características necesarias que exige este tipo festejo. Pero, además, y como en él es habitual en la exigencia, pide que las reses sean picadas con un tipo de puya especial que evite el excesivo sangrado que produce la actual. Teoría que mantienen tanto algunos ganaderos como toreros. Sin embargo, la petición del diestro cigarrero camufla la precariedad de una situación que no termina de ver la solución. No hay más puyas que las reglamentadas. Ni acuerdos entre profesionales de otro posible modelo a utilizar.

Y es que el toreo moderno ha convertido al toro en un animal falto de movimiento. Apagado y agotado. Noble y bondadoso. Y ante esto, lo que se impone es reclamar el necesario reajuste en los conceptos de casta y nobleza en la selección. Esto sí debería de ser la exigencia por la que habría que abogar. Y hacerlo en perfecto equilibrio con el tipo de puya a utilizar. Este, y no otro, es el problema de fondo y no las dimensiones a usar.

Claro, pasa que aquellos ganaderos que actúan ajeno a todo absolutismo y mantienen su gusto por la casta del pasado como algo vivo en el presente, desarrollando la bravura esencial para provocar la emoción, se quedan con sus toros en el campo. Las figuras no lo quieren. Tal vez, con suerte, puede que sean vendidos para las fiestas populares de calles por los pueblos y ciudades de España. Otros, y no pocos, desaparecen en el frio desolladero de un matadero. No hay más realidad.    

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Indiferencia