MANUEL VIERA

Miércoles Santo

miércoles, 8 de abril de 2020 · 07:24

Las calles siguen desiertas. Me he llevado cinco minutos mirando y no he visto un hombre, ni mujer, cruzar el semáforo. El silencio notado horroriza. Nadie acude a donde debería de acudir. La quietud y la mudez son demasiados absolutos como para imaginar que esto ha de cambiar. Cabe consolarse en la creencia que todo acabará.

Lo fundamental, ahora, es terminar con esta tragedia. Con este drama y preocupación por una España vacía que se hunde en una crisis sanitaria, económica y social de consecuencias fatales. Y un Gobierno que va dejando de manifiesto las claves de su improvisada, tardía y mala gestión.

 Así nos hallamos ante este profundo y obligado cambio en la forma de celebrar una Semana Santa atípica. Hoy, el Arenal sevillano vive en calma su propio fervor. Allí, junto a la Maestranza, donde forman los tramos de nazarenos de la cofradía de los toreros, se alza la capilla del Baratillo a mitad de camino entre los que le rezan, enfundados en su vestido de torear, a las Vírgenes de la Piedad y Caridad y la plaza de toros donde van a lidiar. Lugar y testigo mudo de dos pasiones que acaban siendo devoción y arte.

Imagino los ojos brillosos del penitente detrás de su antifaz. El ardor de la luz de las velas. El mirar emocionado, a las cerradas puertas de la iglesia, de la multitud que espera paciente la salida. Me vienen las palabras quietas del capataz. Los suavísimos sonidos del rastrear de los costaleros entre el sigilo y la penumbra de las trabajaderas.

Lo siento ante la mirada ingenua de una niña tras su ventana viendo lo que pasa sin pasar con su particular visión del silencio que le rodea. Con su propia historia tan común como irreal. Se necesitan palabras para reconocer los sentimientos y nombrar la infantilidad. Para que el futuro incierto no borre a su antojo su fantasía e inocencia. Y así seguirá en el empeño, ahí, en su mirador, habitando su sueño, haciendo y deshaciendo, observando, figurando nazarenos de túnicas azules y otros revestidos de blanco con cíngulo verde aceituna. De niños hermanos ataviados de monaguillos con roquetes de color esperanza. Nos veremos, Victoria, nos veremos llevando los hábitos cofrades, mis pequeños héroes encerrados, el próximo Miércoles Santo.

 

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