MANUEL VIERA

¡Qué panda de cobardes!

miércoles, 5 de agosto de 2020 · 07:00

No joda, ahora la toman con un hombre bueno, con un tío cojonudo, con un magnífico hombre del toro que vivió para el toro. De una formación taurófila excepcional. Un sabio conocedor del campo bravo que ha tenido la desgracia de marcharse de este mundo repentinamente. Sin avisar. Como si la muerte avisara, ¡no te jode!

A Joaquín Ramos, sólo por haber sido un reconocido taurino, algunos miserables lo han puesto de vuelta y media en las redes sociales. Un sufrimiento más que se suma al de una familia desolada. Y lo han hecho con la violencia absurda de los que buscan la provocación inmediata de quienes les va dirigida. Que panda de cobardes escondidos en el anonimato de un perfil falso.

No hay nada tan degradante, tan horrible, como ultrajar a quien ya no está. Y estos fingidos progres animalistas atacan ofendiendo por hábito. Lo hacen de forma mezquina, despreciable, con afirmaciones dolientes y dispuestos a cambiar el mundo. Tratan de no parar, de arrear la burra, perpetrados como gallinas ocultas en lo desconocido. ¿Cuál es la factura que se ha de pagar por pertenecer al mundo del toro? Se la endosan a la familia, los muy canallas, con una grandilocuencia marcada por el odio a la tauromaquia. Les apesta.

De hecho, es una forma de violencia extrema verbal. Una ceremonia patética en la que se produce el paso de lo humano a lo animal. De sufrirla con frecuencia, con sórdida impotencia, en las proximidades de cualquier plaza de toros sin camuflaje de una inquina infinita al toreo, a la maldición de este animalismo populista en gozo y alegría por la desaparición de un taurino. Uno más colmado de valores.  

Mientras tanto, ni una pizca de aliento a los allegados, de censura, de esos que ocupan sillones de ministros con responsabilidades políticas en la ninguneada parcela taurina. La frase es del profesor de filosofía alemán Lichtenberg: “He notado claramente que tengo una opinión acostado y otra de pie”. Un aforismo perfecto para definir la ambigüedad en la que se mueven la responsable de Trabajo y el titular de Cultura. Quizá, porque les suponga otro modo, no válido, de polemizar.  

 

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