Calle Iris

Así luce. Con una estética tan perfecta que parece pensada para mayor honor de los que andan su pequeña cuesta con el objetivo de alcanzar la cúspide de sus deseos. Ahí sigue. Esperando el instante de bullas y emociones ante el paso de los héroes de cada tarde. Nada cambiará la escena. Volverá el gentío a apostarse en las estrechas aceras, salpimentadas con una pizca bien grande de romanticismo, para hacer pasillo al matador en su corto trayecto.

Tramo de fe para el torero que anda entre el vocerío camino de los rezos en silencio en la soledad de una capilla. Diminuto espacio donde la multitud se aglomera para contemplar, tocar y aplaudir al ídolo. Recorrido de inspiración, en su carácter menudo e insignificante, en obligada parada temporal. Lugar de legendarias y personales historias de subidas y bajadas con alusiones constantes a la ambición y al éxito.

Símbolo de símbolos que define la memoria del universo taurino. Tan especial y tan característica es que la han hecho única guía de destinos. De honores de Puerta del Príncipe, o de futuros imperfectos y sueños rotos que se van fundidos en nuevas ilusiones. De expresión de arte de quien lleva el ideal de esa gran obra bella y misteriosa. De quietud y espera desesperante en un patio de cuadrillas donde se anula el tiempo para vencer la suerte. El tiempo propio de la pesadilla que paraliza el toreo.

Silenciosa y de circulación bloqueada por una cadena que no será barrera insalvable para abrir la cancela que conduce al lugar de oración que ha de paliar los miedos. Juego de claros y sombras, en la poética del blanco y negro, que volverá a ser calle abierta convertida en colorido chispeante de trajes de luces y en sonoro bullicio de voces humanas que gritarán, al valiente de las tardes de toros en la Maestranza, con la fuerza irresistible de los sublime.

Sin duda, seguirá siendo la vía que lleva a la mejor de las glorias. Esa que sólo requiere para viajar el visado del triunfo. Calle Iris, imagen de esperanza.