Reflota el toreo

El toreo reflota en Vistalagre. Un hombre del negocio taurino ha sabido comercializar una bonita historia poniendo sus iniciales sobre el título de un diferente e inesperado “San Isidro” en Madrid. O mucho me equivoco, o lo que ha hecho el empresario, y apoderado, es dar todo un golpe de mano para revivir una feria que se encontraba en el limbo. O, quizá, lo que rumia Matilla es aterrizar con nuevo proyecto, base de su experiencia, en el campo de la competencia.

De todas formas, la noticia es alentadora, aunque la celebración del ciclo madrileño adquiera sesgo preocupante. Pero existía esa necesidad de hacerlo. De querer realizarlo, en lugar diferente, con los mismos ingredientes que lo origina atrayente e ilusionante. Un lugar para celebrar lo que no tenía visos de que ocurriera en la plaza de toros de Las Ventas. Partiendo de esta evidencia, Antonio García Jiménez, ha encontrado su espejo en la mitomanía de su sueño.

Nada más lógico, pues, que se permita organizar una feria de extraordinarias corridas de toros al tiempo que el productor francés seguía en afectado silencio. De este modo, y aunque reine la incertidumbre por esa posible vuelta atrás en la evolución de la pandemia, los magníficos carteles anunciados han desvelado la esperanza. Como también los temores por una respuesta de la Comunidad de Madrid que no sea la deseada. Cuestión pendiente de esa curva de contagios que marcará el presente tras la festividad de la Semana Santa.

De todas formas, sería la recompensa que adquiera el aficionado. Más aún cuando las puertas de la monumental del toreo madrileña permanecen cerradas en infinita y sorda voluntad. Palabras vagas que no han descubierto nada. Decisiones que no han invitado a cruzar ese mundo de la existencia camuflado en fantasía. Algo insólito, y casi desquiciante, para el férreo sistema organizativo. Más, si la competencia birla una feria, al productor más atrevido, recuperando ideas desechadas.

Y créanme, a la hora de la verdad sólo el devenir del maldito virus dejará, o no, cruzar esa línea roja que divide la realidad del deseo. Ese 50% de aforo en el que se ha emperrado la cúpula empresarial.