GALLEANDO

El sinsentido del toreo en América

miércoles, 7 de diciembre de 2022 · 09:00

El toro sigue siendo un conflicto más de los muchos que padece la América taurina. El espectáculo que se sigue ofreciendo en algunas plazas que subsisten a los intentos de prohibición, y que son representativas del toreo hispanoamericano, carece de interés. A muy pocos apasiona. A casi nadie. No es más que una versión sin sentido del rito en la plaza. El toro, ese animal de raquítica presencia y nula seriedad en su abecerrada cabeza, es origen de los muchos males que aqueja al toreo en América. Desprestigio para el que lo torea y engaño para el que paga. Una realidad que irrumpe cada temporada en tardes de corrida, sin sorpresa, arrojando el descrédito a la lidia.

Produce vergüenza presenciar una función, vicaria y distorsionada, a la que se le concede nula importancia. Más, aún, si de ella forma parte alguna que otra figura representativa del toreo español. Cada vez menos, claro, debido a la decadencia que sufre la fiesta de los toros en aquellos países de habla hispana, y que aún se resisten a la prohibición insolente de los progres, políticos y animalistas, que quieren acabar con ella.

Inaudito proceder de quien acepta ese animal pese a que semejante idiotez arruina el prestigio de su concepto. Lo minimiza con la bochornosa exhibición de esa materia insignificante y manipulada. Precisamente por esto no se entiende tal retroceso a lo banal, porque en esos vislumbres y fogonazos de arte y valor se halla la asumida ridiculez del toro que, en su nula seriedad, recrea la trivialidad de todo lo que se le hace. Ambigua carga de autenticidad para un espectáculo que, si no cumple las reglas del juego, se convierte en el más penoso de los fraudes.

Una vez más se evidencia que el toreo en América merece más que una reflexión. No resulta sugerente que, en Perú, país que aún sigue programando festejos, se lidien sucedáneos. No es normal tanta perplejidad ante lo que sale por la puerta de chiqueros. Lidie Roca Rey o lo haga El Juli. Hay que tomar conciencia de esa herida que produce el sinsentido. Hay que rebelarse contra el abolicionismo, pero también sobre la verdad del toro. Ante quien tiene la responsabilidad del desencanto. Ante la actitud, frustrante para el aficionado, de unas figuras que siguen bebiendo de unas fuentes, no salubres, que contaminan la excepcionalidad de sus formas con un toreo que juega a ser nada. Un toreo especialmente emocionante que alcanzaría la cima de la veracidad si se dice y se hace con el toro. Y en América hay que buscarlo. Ya.