GALLEANDO

¡Qué barbaridad!

miércoles, 31 de agosto de 2022 · 09:19

Ha sido el suceso de Bilbao. Ese Bilbao que apunta a la ruina con sus tendidos vacíos disimulados por el colorido de sus cómodos asientos. Ese Bilbao del toro-Toro paradigma de la emoción. Ese Bilbao que no ha sido lo que debería haber sido. Sin embargo, a Vistalegre llegó quien no se le resiste el triunfo. Triunfo de órdago basado en su inmenso valor y esa verdad de su toreo que le permite hacer lo que hace. Tan distinto y emocional a lo cotidiano es que se ha erigido en dueño y señor de toreo actual. Llena las plazas y manda en este complicado laberinto del toro. En Bilbao se mostró como nunca se había imaginado. La concatenación con el toro terminó en lo trágico de un toreo cuya trasmutación acongojó a un público colmado de emociones.

Es el último revolucionario en el ruedo que continúa trastocando conceptos convirtiendo lo que hace en historias interminables. Sigue cada tarde coleccionando valor, obsesionándose con este símbolo fundamental de la tauromaquia que le sirve para introducir su toreo en medio de la quietud consciente, con puntos de anclaje en el camino del toro hasta transgredir la norma para poner tintes épicos a la lidia, mientras en la plaza se vive en estado de tensión intensiva. Se adentra en los territorios del toro. Lo intimida. Se acerca al lugar de la cogida. Juega con el destino intercambiando ventajas. Y todo ello se sublima a través de un toreo cada vez más auténtico salpimentado con momentos de sufrimiento y placer.

Lo suyo es ambición. Predisposición al encuentro con el toro forzando la máxima implicación de una gente deseosa de apasionarse. Incluso parece apartarse de la realidad de manera platónica para crear con la emotividad de sus formas la verdad de su toreo. No hay más reposo. Solo torear.

En suma, Andrés Roca Rey manda como nadie en esto. Lo que hace en la plaza es cada vez más convincente para un público apasionado que le sigue allá donde va. No tiene fisuras por donde se escape el verdadero núcleo de su historia. Porque mientras el toro aporta la complejidad de las acometidas, él añade el valor que roza la épica, la heroicidad y, a veces, la sinrazón. No hay nada más determinante que la emoción. La necesaria para que con su exclusiva tauromaquia se convierta en leyenda. ¡Qué barbaridad!