GALLEANDO

Ángel Jiménez se desemeja de lo habitual

miércoles, 21 de septiembre de 2022 · 07:47

Casi una década inutilizada. Desesperante transcurrir en la sucesión de sueños rotos, reveses políticos, proyectos incumplidos y obras faraónicas que nunca existieron. Verborrea que oscurecía el entusiasmo y, sin embargo, levantaba el ánimo de una afición que nunca lo perdió. El pasado sábado llenaron los tendidos de sombra del viejo coso de Pinichi con el sueño convertido en realidad de estar donde querían estar. Al final sólo hizo falta altas dosis de voluntad, un poco de cal, pintura y cemento, un empresario con ilusión y poco más.

La plaza de toros de Écija se reinauguró con un pomposo cartel que Pedro Chicote montó para la ocasión. Salieron por la Puerta Grande Pablo Hermoso de Mendoza y Finito de Córdoba, dos maestros en sus respectivas tauromaquias, a caballo y a pie, que dejaron esencia de buen toreo. Pero la trascendencia de la tarde la evocaba el diestro local Ángel Jiménez. Un refinado y estilista torero, exigente consigo mismo, que goza de un concepto cargado de referencias artísticas diferenciales y notable intensidad creativa. Él realizó lo mejor regalando momentos emocionales de estremecedor sentimiento.

Un toreo hondo, que no tiene nada que ver con la perfilada estética ni con la fantasía banal, exquisito, templado, trazado de rodillas, a la vez que fenomenalmente rematado, se pudo avistar en el prólogo de la lidia de un exigente “fuenteymbro”. Una forma de hacer el toreo, de belleza y pureza en el natural, que se desemeja de lo habitual. Una forma de crear en la que la expresión se convirtió en emoción. Pero con la espada todo lo emborronó.

Tal vez por esto, quiso amarrar el necesario triunfo con esa otra virtud imprevisible y sorprendente para impresionar: la raza, el valor y la ambición. Actitud que obedeció a la necesidad de irse a portagayola para dejar, después, un ramillete de soberbias verónicas que enardecieron a sus paisanos. Incluso supo imponerse a las encastadas embestidas de ese otro importante toro de Ricardo Gallardo con muletazos colmados de expresión. Un toreo de maneras desacostumbradas, largo, de dulzura en el trazo y arrebato en los detalles. Fue la muestra que evoca el arte y manifiesta la diferencia. Bien es cierto que, a ese concepto, que es expresión clara y rotunda, le falta técnica pulida y espada afilada. Cuando lo logre transcenderá lo hecho más allá de aceptar con gozo lo que se ve.