GALLEANDO

Remembranza al arte currista

miércoles, 19 de abril de 2023 · 07:33

Siempre habrá quien sueñe con reavivar su situación a fuerza de anudar el alma y buscar el camino más corto hacia el despertar del sueño. Solo así se puede apostar tan fuerte para recibir tan poco. Sacarse de la montera el toreo en el olvido y mantener el equilibrio entre el pasado, el presente y el esperanzador futuro.

Con sobradas razones hicieron el paseíllo cargados de ilusión seis toreros sevillanos el pasado domingo en la Maestranza. Con el ambicioso deseo que ese único toro de la oportunidad fuese el adecuado para poder mostrar cualidades y calidades. Ese toro necesario para para paliar situaciones complicadas. El ansiado, para salir del ostracismo e iniciar nuevos caminos, fue un ejemplar de Fermín Bohórquez que tuvo todas las condiciones necesarias para soñar el toreo. Para mostrarlo, para gozarlo, para emocionarse con este arte efímero que cala en los sentidos.

Un torero con voluntad de expresar su tauromaquia se encontró con él. Ruíz Muñoz tiene aromas de Romero en su concepto. La remembranza al inimitable arte currista fue patente en una lidia de detalles junto a la emotividad del capote y la despaciosidad, empaque y elegancia de la muleta. Y hasta un trincherazo con la marca impresa de su tío abuelo, el gran Curro, provocó el óle que sólo se escucha en Sevilla. Faena precisa para definir las formas de entender el toreo diferencial del sevillano. Tras la estocada volaron los pañuelos solicitando el apéndice merecido, o no, con la fuerza acostumbrada del público de aquí cuando algo le gusta, pero el palco presidencial, insensible, no lo concedió. Sin embargo, el domingo de Pascua le adjudicó dos al “figura” de turno. Dos injusticias, dos.

Todos tuvieron fe en el triunfo. Borja Jiménez, Lama de Góngora, Rafael Serna - ¡ay, Rafael, esa espada!, Ángel Jiménez, Ruiz Muñoz y Calerito. Todos expusieron sus respectivas declaración de intenciones con la que explicaron muchas cosas. Reto mayúsculo para quienes querían ganar la apuesta. Aunque más que darles una vuelta de tuerca a lo posible, el toro, a cuatro de ellos, se la quitó. Al final, dio cierta pena verlos abandonar la plaza y observar la desilusión saturada de imposibles. La desnudez de una obsesión por el triunfo no obtenido. Como si ya no hubiera un mañana.