GALLEANDO
Es el toreo
Alguien me contó en alguna ocasión que, durante los muchos años de ver y sentir el toreo, se le fueron formando en la cabeza páginas escritas de tardes de toros, sublimes unas y desastrosas otras, hasta llegar a completar un grueso libro. De igual manera, en una semana, podría haber incrementado su particular historia con lo sucedido en dos plazas en las que se dio el pistoletazo de salida a la temporada de toros de 2024: Olivenza y Castellón.
En la localidad pacense, un joven sevillano guiado por una forma de torear dominante, sutil y elegante, y un talento sin equívocos, me hizo sucumbir a los encantos de un concepto admirable. Me pareció ver en su toreo decenas de respuestas y luego, con impecable serenidad, girar sobre su propio eje para mostrar su naturalidad y clasicismo sin extras visuales ni otros efectos que los derivados de la torería y el buen gusto. De Javier Zulueta no se deja de hablar.
En Castellón, el arte de torear, que se deleita y regodea en su propia perfección, lo mostró Juan Ortega en toda su extensión suscitando el pasmo a quienes tuvieron la suerte de poderlo contemplar. El también sevillano, de Triana, expuso con auténtica desnudez, prescindiendo de todos los alardes que jalonan las faenas y eliminando cuanto es posible quitar en el tiempo, la belleza y naturalidad con la que captó la expresión en el majestuoso lance de una verónica y en el trazo interminable de un natural. De él, tampoco se deja de hablar.
Recuerdo los versos de Brines en los momentos en los que nos encontramos de nuevo con el toreo: “Yo ya no tengo futuro, solo pasado, pero no me importa porque cada día es un presente infinito”. Zulueta es presente y será futuro. Ortega es esencia de una tauromaquia que embriaga. Es uno de esos pocos afortunados que los años le traerá mucho más toreo del que se pierde por los recovecos del tiempo. Será uno de los imprescindible de la pureza y la emoción plástica en el ruedo. Y todo tras efímeros momentos, fascinantes instantes repletos de lances y muletazos prodigiosos que, a la manera clásica y eterna, tuvieron la capacidad de encandilar, implicar y hacer disfrutar de lo que se veía. Es el toreo.