GALLEANDO

¡Qué huevos!

miércoles, 26 de junio de 2024 · 07:51

Hablar de lo que no puede decirse a la persona que uno querría decírselo se me hace imposible. Hay una parte de la vida del torero en la que no se puede entrar. Ni siquiera esbozando un simple análisis para entender razones o comportamientos heroicos e inhumanos. Y más si el torero es hombre elusivo de su intimidad.

Me sentí fatal tras el grave percance sufrido por Paco Ureña, en otra tarde decisiva para él, en Las Ventas de Madrid. Esa espeluznante voltereta que le propinó el encastado sexto toro de Jandilla en la corrida In Memoriam de Antoñete, que hizo pensar lo peor, volvió a mostrar la heroicidad de un torero predispuesto al máximo sufrimiento en la plaza. Brutal lo hecho por el murciano con la clavícula de su brazo izquierdo rota.

La necesidad de mostrar la pureza de su toreo tuvo que ver con la exorbitante exposición ante las complicadas embestidas del toro que le cogió. No es sorprendente en él que no tuviera duda en quedarse quieto delante del encastado animal ante la excesiva responsabilidad de obtener un triunfo vital con el valor y la naturalidad del que siente, hace y dice, el toreo con verdad, y que le privó, quizá, de la necesaria fusión entre el corazón y la cabeza.

No es difícil por otra parte suponer que, con tan decidida disposición, la gente en tendidos y andanadas se apasionara con la raza del que es torero desde las zapatillas a la montera. Verle trazar naturales inmensos con los huesos partidos no es de este mundo. No había visto nunca hacer un toreo de tanta autenticidad con un brazo inerte y un dolor insoportable.

Es esta una emoción que no me gusta vivir en una plaza de toros. Aunque la impactante cogida ni siquiera rompiera la ilusión de un torero incompresiblemente seguro en el triunfo. Hay actitudes que quedan sólo asociadas a los héroes. Y también desafíos que sensibilizan. Ese toreo de arresto y carácter unido a la sensación de peligro en el juego de la vida en el ruedo. Es su sino. ¡Qué huevos!