PANTALLAZOS

Viva Victorino

sábado, 19 de octubre de 2024 · 22:54

A hombros Diego Ventura, Curro Díaz, Emilio de Justo y el ganadero Victorino Martín en una tarde de mucha casta, mucho toreo y poca Muerte.

Los seis se fueron ovacionados en el arrastre, por encastados, bravos, emocionantes. Al tercero “Paquito” Nº 33, se le pidió el indulto con apasionada insistencia y al final se le dio vuelta al ruedo. Cuatreños y cárdenos todos, ligeros de romana y pies, 485 kilos promedio. Pero plenos de la dignidad que pelea porque en ello va la vida. No regalaron nada. No salieron a ser burlados, a dejarse de nadie. Unos más fieros que otros, más todos honrando la divisa. Por desgracia no recibieron la muerte que merecieron, excepto quizá el primero de rejones, pero su raza elevó su criador a la puerta grande.

Curro Díaz, con dos faenas de su enhiesta tauromaquia alcanzó momentos de gran estética y de increíble abandono ante las exigencias de su lote. Con el segundo, “Veneciano”, el temple, la distancia y la justa medida de las tandas enervó la plaza. La estocada delantera y desprendida pero letal, no fue óbice para las dos orejas pedidas multitudinariamente a voz en cuello y pañuelo en alto. El quinto fue “Milanés” volvía tras el tercer muletazo con su temperamento santacolomeño, en corto por lo que dejaba. Pero el mando natural pudo y la faena fluyó con la autoridad en manos del linarense. La gente y la banda con él a ultranza. Igualó y en un volapié algo desacompasado dejó una espada caída que sin embargo fulminó y recibió las otras dos orejas.

Emilio de Justo construyó la faena de la tarde con el bravísimo tercero, “Paquito” ya dijimos. Pronto, codicioso, repetidor y altanero el ceniciento victorino puso la plaza en salmuera desde las primeras arrancadas. Comiéndose la capa obligó a un lanceo de brega a los medios rematado con una gran media. Germán González le picó trasero y bajo, lo cual deslució la pelea. Morenito de Arles y Pérez Valcarce pasaron las de San Quintín pareando incompletamente. El brindis fue Francisco Ruiz Miguel. “Lo admiro mucho” dijo Emilio lanzándole la montera. Luego contestaría el homenajeado “pasé mucho miedo”. Y con razón porque tras los cinco aleccionadores doblones genuflexos, el extremeño se plantó en jurisdicción de cacho y aguantó estoico una tras otra la furiosas arremetidas. Talones clavados, cuerpo al viaje, mano baja y muleta intacta conduciendo las arremetidas atrás, una y otra vez, una y otra vez. De a cuatro y cinco derechas, pecho, cambio de mano y pecho piel a piel, Y luego por la de cobrar, de a cinco, seis y siete con sus forzados. Verdad, y el toro y el torero a más y a más, y la plaza rugiendo por el indulto y Emilio cuadrando y desistiendo hasta cinco veces, y el señor presidente insistiendo con gestos neronianos en la muerte. Y entonces, seis pinchazos seis, todos arriba, entrando a ley, y los dos avisos y la angustia de la apoteosis convertida en la vergüenza del toro vivo. Pero la cruceta tuvo el acierto que no tuvo el estoque. Y lo que iba para un indulto y dos orejas simbólicas se convirtió en saludo atronador en el tercio. Pero ahí queda eso. “Fue muy exigente y difícil” comentó el torero exhausto. Con el sexto una faena menos dramática pero igualmente torera, le concedieron las dos orejas que quisieron para él del tercero, tras un pinchazo hondo en la cruz y descabellos. Sin estoquear.

Diego Ventura, como lo que es, y sin esfuerzo para demostrarlo. El gran torero de a caballo de nuestra época.  Encima de su maestra cuadra lidió, adornó y mató su lote, llevando la concurrencia por los caminos de la sorpesa, el delirio y la incredulidad. Recibió las dos del segundo tras un rejonazo que Domingo Delgado de la Cámara calificó como “el mejor que he visto en mi vida” y luego con los bellos “Guadalquivir”, “Lío” y “Guadiana” hizo bis de maestría con rejones, banderilla largas, cortas y rosas, pero el acero le cayó bajo. Cortando apena (para como estaban las cosas) la tercera oreja.

Todos, incluido un exultante Victorino Martín se fueron a hombros y sobre el ruedo vacío quedó flotando una pregunta fantasmagórica ¿Y de la suerte suprema qué?