PANTALLAZOS

Jarocho en el dintel

jueves, 14 de marzo de 2024 · 22:04

La suerte le deparó al joven burgalés los dos extremos de la bien presentada novillada de Fuente Ymbro (477 kilos promedio). El más enrazado y el más manso. Segundo y quinto. Con ambos pudo, con ambos lució en los tres tercios y a los dos mató limpiamente de una. Si no salió a hombros por la calle Xátiva, fue por obra y gracia de su señoría don Jesús Merenciano, quien le cobró muy caro la leve contrariedad de la espada en el cobarde quinto. Que se tengan las figuras que llegan desde mañana.

Así se torea un requetemanso. Que huyendo para delante hubo de ser puyado de pasón en la puerta y en la contra querencia, por Díaz y Sánchez. No se afligió el Jarocho, pidió los palos y tres veces al sesgo clavó arriba con seca verdad, levantando pueblo. Pero tras las dos primeras tandas diestras, el de Gallardo se rajó a tablas con toda y su seria anatomía.

No quería nada de nada. Roberto sí. Le siguió y le persiguió buscándole la cara y dándole las inmerecidas ventajas. Oponiendo compostura a la descompostura y logrando increíbles naturales acá y allá. Una tanda de siete, no todos exquisitos, alguno sí, pero todos valiosos aquilataron la brega. Siempre al mando, se tiró franco, puso el hierro arriba y letal. La petición fue grande pero no. La vuelta fue solo entre los que pagan y él.

“Ibizenco”, el colorado segundo el más liviano de la corrida, (448 kilos), más de amplia cuna. Derrochó, prontitud codicia y exigencia. Dos verónicas rodilla en tierra cinco más pintiparado, muy embraguetadas y una buena media prologaron. Asomado en los tres pares. Del primero cayó una, pero el segundo al cuarteo y el tercero al relance de un recorte pinturero con giro, encendieron las ovaciones.

El animal iba y venía con gana, los pies quietos entreabiertos, el cuerpo erecto, y los brazos sueltos lo llevaban a diestra y siniestra. Seriedad, temple, aseo y serenidad. Caligrafía de pulso firme. Así fue la faena que había iniciado de rodillas con cinco en redondo y el de pecho que también lo fue poniendo los músicos a soplar. Una serie de cuatro naturales y forzado brilló y el epílogo de cuatro manoletinas, derecha, cambio de mano, natural y pecho, precedieron un gran volapié y una espada total que tiró sin puntilla al encastado. El palco se hizo esperar hasta último momento para sacar su riguroso pañuelo. Pero lo sacó. Repito, que se tenga las figuras. Esto aquí esta duro.

Por otro lado, un madurado y ambicioso Niño de las Monjas y un templado y majo Javier Zulueta tiraron todo por la borda con sus romas espadas. Una tarde digna de mayor  concurrencia.