PANTALLAZOS
Un triunfo inesperado
Caro espectáculo de variedades. El rey del rejoneo despidiéndose, el rey de los de a pie alternando, la incógnita de un novillero, cuatro hierros, cuatro encastes. Y la plaza sin lleno.
Entre las consabidas linduras de Morante con el capote a un toro sin alma, su renuncia con otro parado; la insoslayable maestría equitadora de Pablo Hermoso, no compaginada con la colocación de los hierros, y la esperada dispar presencia y juego del ganado, la tarde y el corazón del público presente y quizá del mucho más televidente, se la llevó el joven espada de Algemesí Nek Romero.
Sí, muy distante a la jerarquía de sus augustos alternantes se llevó el gato al agua. Hasta tuvo el descaro de llamarlos y sacarlos al ruedo con el pretexto del brindis. ¡Qué foto! Para su historia. Y hubiese podido ser peor, pues tras haber sido despojado rampantemente, de una segunda oreja del tercero, por el señor presidente don Luis Malca, él mismo se encargó, pinchando, de arrebatarse otra que le hubiese dado la puerta grande sin ambages. Aún así dio la vuelta consolatoria y se fue como triunfador.
¿Por qué? No porque hiciera grandes hazañas. No. Porque toreo y echo verdad, y eso ya es mucho decir, a dos utreros de Talavante, bien presentados, pero harto disímiles de talante. Uno, el tercero, encastado y noble pese a qué en banderillas sacó sin querer a José Manuel Más de la corrida.
Capote alegre, siete lances con revolera, chicuelinas piel a piel serpentina de quite. Saludo pinturero con: dos ayudados, derecha, cambio de mano, natural, trinchera, natural, trinchera, cambio, derecha, y pecho, todo ligado en un solo paquete, que puso a trinar banda y tendido. De allí para allá suertes por las dos manos unas mejores que otras, y entre las cuales volvió a disparar el vatiaje una serie de tres naturales en redondo resulta con un forzado, también redondo, larguísimo.
La muerte fue espectacular un volapié a pecho descubierto, los gavilanes arriba, y el toro sin puntilla en los medios frente a él de rodillas. La petición desbordante y el palco que aquí que no perdona juventud, dejó a todo el mundo con el pañuelo de la segunda en la mano, viendo un chispero.
El sexto fue el del brindis. Era un regalito, para el que fuera. Mucho fuelle, mucho empuje, muncha rudeza y mucha incertidumbre. Pero Nek no se arrugó. Cómo. Le aguanto y le tragó de todo, con más decisión que lujo. Pero, vamos, la valentía es un lujo. Y vale ¿o no? Por naturales juntando hasta de a cinco y remate. Contra coladas, cabezazos y amagues. Así y así, hasta el desplante arrodillado y sonreído que cantaba victoria. Y va y pincha y luego deja la espada descentrada, y el puntillero levanta tres veces, y suena al aviso y el negro “Viejo” al fin se derrumba del todo contra las tablas. La vuelta y la despedida clamorosas dijeron que, aun así, era el triunfador de la tarde. Cierto. Lo fue. Ahí está la foto.