PANTALLAZOS
Parábola de la Resurrección
La tarde hizo una parábola con su apogeo entre segundo y tercer toro. El aguacero retrasó el paseíllo cuarenta minutos, y los areneros a fondo, ya bajo el sol, trataron de maquillar el ruedo dejándolo espeso y blando. Las zapatillas y las pezuñas se hundían en él, agravando la falta de poder del encierro.
Tres bellas verónicas de Morante, perdidas entre el pajar, fueron lo único que dejó su pálida y promocionada reaparición. Con la espada, imperdonable.
Los banderilleros flotaron sobre el magma y con riesgo y lucimiento saludaron ovaciones, Curro Javier y Alberto Zayas en el primero; Joao Ferreira y otra vez Zayas en el cuarto; José Chacón, cumbre y Luis Blázquez en el quinto. No porque no saludasen desmerecieron los otros. Como estaba el piso ¡Uf! Se picó poco, por no decir nada, y los toros no pelearon.
Este Castella, de la pospandemia, es el mejor Castella. Es otro. Serio, paciente, lidiador. No digamos valiente que lo ha sido siempre, pero ahora su valor es más lúcido y eficaz. Al contrario de antaño sus lidias van a más. Construyéndose suerte a suerte, tanda a tanda, sin premeditación. Al son del toro, para el toro y por el toro.
Con el temperamental y veloz “Raleo”, segundo, que deslució los capotes y se le fue encima a Romero quien solo atinó a ponerle dos picotazos traseros. Fue a la muleta con un codicia y prontitud que no daban tregua, ni siquiera respiro. Sereno, apostado, el de Beziers, lo doblo, lo castigó y le fue enseñando el ritmo, la altura y la longitud. Convirtiendo su fragor en acompasamiento y su insubordinación en obediencia. Eso es torear.
Claro, la mayor parte de la faena fue la obra negra, el levantamiento de la estructura Y cuando la banda, justificadamente le tocaba “Gallito”, él pudo desgranar dos series de a ocho naturales, cambio de mano y forzado que cantaron victoria. Otra de cuatro y trinchera coronaron el edificio. La estocada, de trofeo por sí sola. Ejecución, colocación y efecto. Oreja, de gran valor y honor a un torero en su digna madurez.
Roca Rey, en lo suyo. “No hay billetes”, el toro que sea (inopinadamente le echaron los dos sobreros), y público contento. El Tercero bis “Frangeado” de Olga, cinqueño, de respetable cara, no dio juego en el primer tercio. Pero en el tercero gustó del trapo y siguió las derechas con son, repetición y el temple que le imponía. La tercera tanda de cuatro, molinete y un pase de pecho semicircular, arriba, de pitones a rabo levantó la plaza. Por la izquierda también. Y el volapié frontal, y la estocada de la tarde, lenta en la cruz, letal, fueron el digno colofón. La oreja no tuvo discusión. Ni siquiera para los que, como siempre, quisieron darle todos los méritos al toro, que también los tuvo.
Lo demás fue lo de menos. Cuatro horas entre una cosa y otra son demasiado para una corrida. Sin embargo, la mojada gente no se fue. Que no vengan con cuentos, afición hay. ¿Sí o no?