PANTALLAZOS
Ureña honra a Antoñete
Eran cerca de las nueve, habían salido siete toros, a cuál más manso y flojo que hacía pensar que si es cierto que todo cuanto acontece en Las Ventas trasciende, la corrida de hoy lo iba a ser precisamente por su intrascendencia.
Una desilusión mayúscula, pues la tarde había comenzado con los mejores auspicios. Otro llenazo de “no hay billetes”, sol y calor veraniegos, homenaje a Antoñete, protocolo, minuto de silencio, expectativa y una larga, larga calenturienta sosería, en que la disposición de los toreros no lograba sobreponerse a la estulticia del encierro. Bien presentados, sí, excepto el anovillado tercero de Vega Hermosa. De los ocho finales, incluidos par sobreros de El Pilar, cuatro fueron cinqueños, y en conjunto estuvieron por encima de los 550 kilos promedio. El asunto fue la falta de bravura y la endeblez.
La corrida, como una parte del público, se iba consumida por la frustración. Cuando saltó el sexto “Ochavón”, colorado, número 158, el más ligero, de romana y pies. Paco Ureña, la última y casi siempre fija última carta le salió al paso tratando de parar el ímpetu y la furiosa repetición, lanceando hacia los medios donde lo emplazó con una media torera. En estas postrimerías, brotó por primera vez la emoción.
Arrancado pronto, de largo y codicioso, Juan Melgar le detuvo a brazo en dos varas in situ, la última leve, que le hicieron irse ovacionado. Curro Vivas estupendo en sus dos pares y “Azuquita” no tanta con el suyo, mantuvieron la tensión gracias a la consistencia y furia del galope. El murciano cogió la montera y se dirigió a otro sobreviviente del toreo, el mexicano Arturo Macías, brindándole la lidia y muerte.
Dos ayudados por alto, cambio de mano, dos naturales y el de pecho, pusieron de presente que ambos venían muy en serio. A la siguiente tanda el hachazo vino al bulto, logrando Paco librarlo por muy poco. Primer aviso. Pero todos sabemos quién es él. Puso los talones en la arena, ofreció el cuerpo y mandó en cuatro derechas bajas, un cambio de mano y pitón y un natural enjundiosos. La gente con los dos.
El bravo venía humillado, pero exigiendo, hambriento de victoria. Dos derechas con muleta rastrera y en la revuelta el pitón caza la pierna derecha lanzando al hombre por el aire de donde cayó a plomo sobre el hombro izquierdo y la cabeza, inmóvil. La muleta en el pitón izquierdo entretuvo al toro salvando al caído aparentemente inconsciente, de ser rematado en el suelo. Se lo llevaron a la enfermería. Podía ser cualquier cosa. Desde una lesión cervical a una craneoencefálica. Feo, feo.
En el callejón se deshizo de los samaritanos, descompuesto tomó los trastos y con el brazo izquierdo caído, incapacitado, volvió a la pelea. Dos tandas más, increíbles, dramáticas de cinco naturales ayudados y el forzado y otra de cuatro por la derecha y por el pecho. En evidente desventaja. Luego se comprobaría que tenía fracturada la clavícula. Iguala y a honesto volapié deja una estocada honda arriba. La petición de oreja fue monumental y don José María Fernández Egea, previa consulta, otorgó la oreja más costosa de este largo ciclo en Madrid. No pudo pasearla. El brazo izquierdo le colgaba como si no fuera suyo. Se fue a la enfermería de donde lo enviaron en ambulancia al hospital mientras todo el mundo salía como abrumado de haber presenciado una vez más lo realista y contundente que es este rito real. Único que sobrevive. El arrastre fue igualmente ovacionado. Su bravura sacó la cara por los siete mansos que le habían precedido. Vale.
Manzanares, estuvo sorprendentemente dispuesto, a estrellarse contra la inutilidad de los cuatro que le echaron, dos de sorteo y dos sobreros. A cuál más, decía. Sin embargo, con el primero, el cual le volteó a las primeras de cambio, en lugar de claudicar, dejó restallar ese preciosismo suyo que a unos excita y a otros irrita. Por las dos manos pese a la sosería mansa del jandilla. Tanto que de no haber puesto la espada baja hubiese recibido algo más que la ovación en el tercio. Una petición, dividida supongo. Con el cuarto, bis y tris, ni modo ni los toros ni él. Ni nadie creo.
Talavante, en su cuarta corrida. ¿No es mucho? No agregó nada nuevo a la desconsoladora etapa actual de su carrera. Pegar y pegar pases, firmar y firmar contratos (por algo le lleva quien le lleva) y embolatar la cosa con alardes como el farol a portagayola con el segundo, y enfatizar la invalidez del quinto. No le tragaron. Le pitaron. Es mucho de lo mismo.
Si no es por la heroica torería de Ureña y la fiereza del último, la tarde, como dije, hubiese trascendido por su intrascendencia.