PANTALLAZOS
Una putada
Con armamento pesado llegaron los seis toros de Adolfo Martín. Cárdenos, cinqueños, 564 kilos promedio, cuajados, pero mansos, flojos y defensivos, para protagonizar una corrida de las de ¡Ayayay! Encima, no más salir el cuarto, el cielo se vino con todo. Ventarrón, truenos y lluvia, provocando desbandada en los pletóricos tendidos. Todo contra los toreros. Hasta el palco presidencial como se comprobó después.
Los tres hicieron de tripas corazón, se apretaron los machos y cargaron contra la adversidad. Ética profesional. Cada uno con su personal concepto, por supuesto. Es en las condiciones extremas cuando la tauromaquia se destila y sus oficiantes muestran su valía. Y esa fue su verdadera oportunidad poderlo hacer en esa plaza. La mayor y en su feria.
Manuel Escribano, se jugó de tercio a tercio. Desde las portagayolas a cada uno de sus cornalones, pasando por las banderillas ovacionadas, las valerosas y mandonas faenas y el par de estoconazos a pecho descubierto con que liquidó a sus enemigos, sí enemigos. El quinto trató de matarlo cuando lo tuvo a merced bajo sus enormes guadañas. No pudo
“Aviador” se llamó. Larga cambiada de rodillas frente a toriles. Lanceó de castigo seguido de cuatro verónicas y media para ponerlo en suerte. Fue el que peleó mejor con el caballo, pronto, y recargando en las dos varas de Juan Peña. Tomó los palos, y los tres dispares impactaron. El primero, cierto, a toro pasado. Pero el segundo de poder a poder paralelo a las tablas y saliendo por los adentros, y el tercero al violín, levantaron a los empapados que no habían desertado. Brindó a su convaleciente y distante padre. Caía un aguacero, se paró en los medios esperando el galope vaciando por la espalda, recogiéndolo luego de molinete y despidiéndolo por el pecho. Corto e intenso. La dosis hizo efecto inmediato en la grada. Al cuarto natural el toro se lo echó a los lomos y luego lo puso inerme bajo sus pitones que de milagro no le atinaron. Parecía grave. No lo fue.
Volvió a la brega, pero el toro se fue quedando y atacando a punteos cualquier proximidad. Por derechas, cambios, abanicos, ayudados le sometió hasta el desplante de rodillas. El volapié fue frontal, el acero hasta la bola y el
problemático rodó sin puntilla. La petición casi unánime de los que quedaban fue desatendida por don Ignacio San Juan Rodríguez que se quedó tan ancho mirando para Villadiego como si no fuera con él. Qué más había que hacer, y en esas circunstancias. ¡Una putada! Exclamó Manuel ante el micrófono, antes de salir a saludar la ovación y dar la vuelta exigida. Los que habían huido al oír el escándalo volvieron y le tiraron sombreros y otras cosas. La bronca contra Usía se reanudó luego. Buscada.
El segundo había sido soso pero avieso. Todos lo fueron. La faena lo llevó más allá de sus posibilidades. El tercio de banderillas, espectacular, sobre todo el asomadísimo segundo par, entre semejantes antenas. Pero lo que enalteció más fue la impresionante estocada lanzado a la cuna y con las puntas rozando el rostro por la cabezada del esperador. Es un lugar común eso de que se jugó la vida en la lidia de sus dos toros, pero hay que caer en él porque no hay otra forma de decirlo. Todos lo vimos, menos la señoría de tan ágil pañuelo en otras ocasiones.
Antonio Ferrera, hizo lo más lírico de la corrida, cuatro naturales y uno de pecho, tan sentidos, tenues, desmadejados, lentos y conmovedores, porque tal exquisitez parecía imposible en tan rudas condiciones. Pero los dio el ibicenco a punta de torear o sea de poderle al que no quiere, doblegar las avilanteces, y templar al destemplado. Eso es el toreo, y hoy lució bajo el vendaval. Toda esta, su faena del blando defensivo cuarto, estuvo persignada por ese mandamiento del arte de torear. Era de triunfo. No suyo, del toreo. Pero lo frustró con la espada. Dos pinchazos, una completa desprendida ineficaz y tres descabellos. El saludo fue poco. El primero no tuvo un pase.
José Garrido, recorrió una senda parecida. Cerró la tarde con “Tostadito” de 600 kilos. Le dio las mejores verónicas del festejo, si es que se puede llamar así. Después honesto y expuesto por los dos pitones, no quiso ser menos que sus alternantes y se puso por encima de las condiciones del mansurrón. Pese al desarme final parecía que habría una nueva justa petición de pelo, pero él evitó el problema al palco. Pegó un bajonazo de vergüenza. El tercero se le había quedado parado como una estatua de sal.