PANTALLAZOS
“Dulce”
“Dulce”, nombre preciso, bondad inefable. Pastueña nobleza y fondo infinito. El toro con que sueñan los niños toreros, y en Las Ventas, y a plaza repleta y en la mayor feria del mundo. Con razón el brindis siguiente de Borja fue “Para los que sueñan”. Uno de los toros de la feria, y no por fiero, por bueno.
Número 70, cuatreño, negro, aveletado, bien puesto, 548 kilos, recibido, como los tres que le salieron, a portagayola con larga cambiada que tomó emotiva y alegremente, para prodigarse sin pausas en los tres delantales, las tres chicuelinas y colorida revolera que pusieron la plaza en modo demencial. Juan Francisco Peña picoteó dos veces despreciando la pujanza del victoriano. Pasó crudo.
Entonces apareció Roca Rey en los medios, clavado, homenajeando la calidad del toro con un quite mexicano; cuatro saltilleras, fregolina y brionesa sin siquiera pestañear. No hubo réplica. Al fin y al cabo, es quien manda. Barroso y Algaba cumplen adornándolo y el brindis fue para el público. Que lo recibió alborozado. Venteaba y amenazaba lluvia.
Los cuatro genuflexos de apertura, el cambio de mano, el natural, el otro cambio, las cuatro derechas y el de pecho fueron acompasados por la embestida fija, generosa, humillada, larga y repetida que pusieron a rugir la clientela. ¡Qué toro! Pronto y de largo nuevamente, siguió la muleta dando vueltas y vueltas en cuatro derechas y una trinchera cartelera. Otras cuatro redondas, estupendas, el cambio de mano y el remate mirando al tendido, transmitieron la confianza en el que nunca hizo un mal gesto. Naturales de a tres, de a uno, de a tres, con giro, molinete y firma de nuevo desentendiéndose de la inocente embestida. Más por el mismo lado, arrastrando muleta, honrando la fijeza, ayudados, trincheras, desdenes y una estocada de padre y señor mío. pero de tardo efecto. “Dulce” se echa y se levanta tres veces hasta morir apuntillado.
La petición es monumental, don José Luis González González, consulta y accede, la oreja que el reglamento obliga previa petición mayoritaria. Pero niega la segunda, la que el reglamento considera potestativa de la presidencia. El torero gesticulaba reclamándola desde el ruedo, infructuosamente. Entonces se desató la madre de las broncas. Gritaron de todo contra Usía. Pero él, haciendo uso de sus atribuciones legales y considerando que no, se sostuvo en sus trece, respaldado por sus asesores.
Mientras tanto, al toro, el gran toro, que con su excelsitud había hecho posible todo, nadie lo tomó en cuenta. Ni una mirada. El arrastre se fue totalmente ignorado. El asunto, para la primera afición del mundo era la oreja, nada más que la oreja. La otra, la otra y el ¡fuera! ¡fuera! Hombre, yo también le hubiese dado la segunda, después de la vuelta al toro, pero claro yo no soy el presidente. Los demás tampoco. Asunto suyo.
La plaza en modo enajenado. Modo que ya no abandonaría hasta el anochecer, cuando descargaron al espartino en su van. Daba a entender que hoy en Madrid, había nacido el borjismo. Cuando el nuevo ídolo cruzó la arena por segunda vez para recibir el quinto, frente a chiqueros el coro era ¡Torero! ¡Torero! Larga de rodillas, cinco buenas verónicas y media pero el pobre cayó, y volvió a caer y nadie dijo ni pio. Cómo. Lo devolvieron de oficio. Y era otro dulce. Qué pesar. El sorteo había bendecido al bendito. Porque le repusieron con el sobrero de Torrealta, que tras ser recibido de la misma manera que los anteriores, regalando alegría en las verónicas y media de continuación, pronto fue blandeando, viniendo a menos, y defendiéndose, descomponiendo los intentos de tanda y desarticulando la brega. Suertes de lujo entre la descoyuntura. Un pinchazo, fue recibido con exclamación dolorosa. Se perdía la puerta grande, pero a continuación la espada desprendida mató. Entonces el asunto de la oreja y la puerta grande readquirió sus dimensiones cataclísmicas y ya Don José Luis no pudo negarse. Tiró el pañuelo. La multitud juvenil se echó a Borja encima y recorrieron el ruedo como locos, se equivocaron de puerta, se devolvieron, salieron con él a la explanada y a la calle Alcalá, para un lado y para el otro. No hallaban la “van”, hasta que por fin se orientaron y el fatigado espada se pudo librar de ellos.
Emilio de Justo recibió algunas palmas por su más que decorosa faena al encastado, pero desfondado primero al que mató bien, y fue silenciado tras el feo bajonazo con que liquidó al poco emotivo cuarto.
El antirroquismo, minoritario, pero insidioso, estuvo hiperactivo. Roca Rey, sin tomarlos en cuenta, lució en quites, y por ambas manos los puntos cardinales de su tauromaquia, quietud, proximidad, largura, mando y poder. De dos honestos volapiés y dos estocadas letales despachó el peor lote del sorteo. Nada, silencio y silencio.