PANTALLAZOS

Rufo afortunadamente

miércoles, 24 de julio de 2024 · 23:16

De no ser por el toledano la tarde se hubiese ido a pique irremediablemente. La invalidez de los toros, cuando no su docilidad inexpresiva, la hundían mientras la banda, como la del Titanic, tocaba y tocaba acompañando el desastre, dispuesta estoicamente a irse al fondo con todo. Estuvo a punto.

Por fortuna el empresario había fletado a Tomás Rufo para tripular este su quinto viaje de la feria. Torero de garantía. Tras el lastimoso espectáculo de los dos primeros que trastabillaron, cojearon y cayeron y cayeron, salió “Niñito” uno de los tres Niñitos del encierro. Terciado, con sus 463 kilitos y sus aires juveniles. Lo astifino lo enseriaba un poco. No admitió confianzas con la capa. Barroso le puso atrás el puyacito de rigor y Revuelta y Fernando Sánchez (sobre todo este), se fajaron un lindo tercio.

Bueno, de rodillas y de largo, seis derechas en redondo, uno de pecho sin levantarse, otro ya en pie, un cambio, un natural y un forzado. Todo en un solo paquete, acometido briosamente por el pilarico. Las emociones atascadas estallaron al unísono como una carga de profundidad. No digamos la banda, que tocó toda la tarde porque sí y porque no.

Por un pitón y por el otro se repitieron sólidas, agrupadas y emotivas las tandas, sin que la res cayera ni bajara su ímpetu. El toreo atrás se hizo circular y ligado y los desenlaces fueron congruentes, oportunos y generosos con el toro. La ejecución de la estocada fue impecable, pero la colocación, no. Delantera y descentrada. Sin embargo, obró de inmediato. Oreja, y palmas al arrastre, porque la casta superó la debilidad, sin caídas ni claudicaciones.

Con el sexto, “Busconito”, noble y enrazado, que también cayó y blandeó un par de veces, la tarde que había vuelto a hacer agua, reflotó. Porque la larga cambiada de rodillas en el tercio, las cinco verónicas apretadas y la larga de pie, una detrás de otra, con la autoridad y el terreno peleados centímetro a centímetro, la echaron arriba otra vez. Empujó cual bravo en la vara de Jesús Ruiz, quien se negó a castigarle. Y emocionó en los pares precisos de Blasquez y Fernando Sánchez (sobre todo este). Vamos, que no se caiga, rogábamos todos, presentes y ausentes... ¡Y se cayó!

Pero bueno, para eso están los toreros. Cite largo, estatuario, vaciado por la espalda, por el pecho, tres derechas y otra vez por arriba. Blandeó, y sin esperar la recuperación, el pasodoble marcial llenó los aires y la transmisión heroicamente. Los primeros nueve naturales de a uno en uno fueron de cal y arena. Pero ya en materia, y a toro recuperado, la siguiente serie de cinco, el cambio de mano, el giro y el obligado tocaron la cima. Una ligazón de tres circulares, molinete y farol en uno, y dos ayudados y firma, dispusieron para la suerte suprema.

Y ahí fue cuando Rufo dijo sin decirlo, que salvar la fiesta valía su vida. Se tiró a los pitones, clavó la espada toda en lo alto, al tiempo que enganchado por el abdomen era girado como un llavero para ser arrojado a la arena, donde el agonizante se las quiso cobrar buscándolo con saña. Nada, murió, y las dos orejas cayeron porque cayeron, y la vuelta en hombros y la Puerta grande, y el contrato cumplido.

Manzanares, tuvo dos postrados inútiles. A uno le mató bien y al otro le tiró media trasera, tendida, de tardo efecto. Talavante, siempre Talavante, también recibió un minusválido del que se deshizo con un bajonazo. Con el soso quinto, que se sostuvo, desplegó su acostumbrada miscelánea de pases y adornos sin lograr levantar pueblo (la banda sí, pero no cuenta). Y la cosa terminó en pinchazo y fierrazo chalequero. Pese a lo cual flamearon algunos pañuelos y Salió a saludar.

Seis toros de El Pilar; cuatreños, parejos, 543 kilos promedio, dóciles y desvalidos, tapados por Tomás Rufo.