PANTALLAZOS
El precio del triunfo
El hambre de triunfo de Borja Jiménez, fue patente desde su primer lance largo y cambiado, de rodillas a portagayola. Pero cuando la necesidad es tanta, a veces las maneras pasan a segundo plano. Y eso se traslució en esta su faena con el tercero. El menos de la tarde (apenas 505 kilos). La proclividad al efecto, al cual esta plaza es tan vulnerable, y la vehemencia, desaforaban las suertes. El toro crudo se prestaba a todo en el vertiginoso pisa y corre, musicalizado pero desconectado del ruidoso público. Pases y pases raudos, en desmedida prolijidad. La intención vendedora inocultable del trasteo, la media espada tendida, ida y tarda hicieron que la clientela terminara ignorando la oferta.
Entonces el sexto “Capitán”, fue de una obligación perentoria, conminatoria. Para peor, zambombo, 630 kilos. Pero por suerte, noble y emotivo. Cinco delantales y larga centraron la atención en el género. Alberto Sandoval, dosificó el castigo y Varela y Sánchez Araujo cumplieron un tercio higiénico. Era ya o nunca. Dos rodillas en tierra medial y galope desde las tablas enhebrado con seis derechas en redondo de mucho fuste pusieron la plaza a discreción del espartino. Y ahora sí, ligado, embrocado y autoritario se hizo dueño del ruedo, la banda y las peñas. Sin oposición, midió las tandas por la derecha y por la izquierda llevándolas cada vez más abajo y matizándolas con remates pertinentes. Sin embargo, el palmosillo se fue a menos y terminó rajado. En tablas el arrimón y las reminscencias espartaquistas, de rodillas en la cuna, y el desplante arrojando los trastos y metiendo el pecho entre las puntas del derrotado, sacaron las castañas del fuego y pusieron la plaza en modo enajenado y gritón. ¡Torero, torero!
Era el anhelado triunfo, cuando un pinchazo lo puso en duda. Nada, derecho a los pitones fue el hombre otra vez, olvidado de sí mismo, puso la espada toda en la cruz y al tiempo que la cornada penetraba en su muslo derecho (Triángulo de Sacarpa) ¡Uy! Le lanzaba por el aire, y al caer lo dejaba a mercede del moribundo que buscaba revancha. Se lo llevaron, Adrián y los banderilleros, iba pálido, exánime. La petición de las dos orejas se hizo insostenible y don José Asirón Saez aunque se hizo rogar terminó accediendo. La cuadrilla paseó los trofeos mientras los cirujanos se hacían cargo del valiente matador. Un triunfo pagado con sangre.
Fernando Adrián, tiene algo a lo que la nueva afición no puede negarse. Una convicción y una actitud, respaldas con un contagioso y contenido entusiasmo. Llega. Tanto que apenas esta tarde interrumpió su seria de 25 puertas grandes consecutivas. Apenas esta tarde. Y casi no, pues de no haber pinchado al manso segundo, antes del estocadón con que lo derribó estaríamos hablando de la 26. Si, por que con el quinto. Metió carbón en las calderas desde el saludo de dos delantales, seis verónicas lentas y la media que el noble “Chistoso” acometió con alegría.
Brindó a Daniel Azcona el torilero y modelo del cartel oficial de la feria. Para un cite de tablas a medios aguantado y recibido con dos por la espalda y tres por el pecho de intención incendiaria. La docilidad de las embestidas era lustrada con ligazón, temple y postura convexa. Sin embargo, la codicia se fue diluyendo en un alargamiento innecesario cuando todo estaba dicho. Tanto, que de no haber sido tan eficaz la estocada desprendida y desarmada, tampoco hubiese habido pelo. Pero lo hubo porque la gente lo quiso.
A Diego Urdiales se le fue quizá el mejor toro de la tarde. El primero, “Gallardio”. Noble y acompasado, al que tramitó con esa tauromaquia suya que ha levantado culto. Más, un pinchazo, una estocada contraria, inefectiva y seis golpes de cruceta le quitaron las palmas que le dieron al toro. Del cuarto, a la hora de la merienda, mejor ni hablemos.
Fueron seis toros de La Palmosilla, bien presentados, desiguales de romana, 580 kilos promedio, con 125 entre extremos. Primero, segundo y quinto cinqueños. Predominantemente nobles y bajos de casta, poco picados. El que abrió la corrida y los dos últimos aplaudidos en el arrastre por su docilidad.