PANTALLAZOS

Pesó Cebada

lunes, 8 de julio de 2024 · 23:08

Seis toros cinqueños de Cebada Gago, 557 kilos promedio, bien armados, astifinos, muy adultos y presentados pero desiguales. Dos negros, dos burracos y dos castaños.

Encastados y nobles en general. Fijos, generosos, embestidores. Más primero, quinto y sexto. También el segundo, pero en manso. Su ofensiva seriedad pesó en la tarde, sobre todo a la terna que no les dio ni la lidia ni la muerte que merecieron. Román respondió sincero a las melifluas pregunta-respuesta de costumbre que pretendían exculparlo y culpar al imponente quinto: “Fiereza, mejor no comentar, pero puedo dar más”. Y al final de la corrida Leal que por la lesión de Fonseca hubo de habérselas con cuatro contestó muy hombre: “La culpa es mía, solo mía”.

La tarde con su sol, su lleno de “No hay billetes” y su rojiblanco jolgorio arrancó plena de ilusión. Abrió Juan Leal con “Andante” que no permitió confiancitas no con la capa ni con las banderillas, pero se arrancó sin ambages al caballo de Tito Sandoval (todos lo hicieron) . Brindis a la rebosante concurrencia, dos rodillas a tierra, y desde tablas galope tendido, aguantado y vaciado con un cambiado por la espalda, tres derechas redondas y uno de costado. Explosión megatónica y músical. De allí para delante todos con el francés, incluido el noble toro, que a todo iba y venía con bondad franciscana. Sobre todo, por la diestra, que como siempre fue predominante (mano dominante). Sin embargo, el punto más alto de la bullidora y clamorosa faena fue por el otro lado, la clásica tanda de cinco naturales y el forzado. Antes de volver a la derecha e hincarse nuevamente y desplantarse con arrogancia no merecida por tanta docilidad. La gente se salía de la ropa, la banda resoplaba. Y un triunfo apoteósico se presentía cuando la toledana dio dos veces en hueso y el descabelló seis, que fueron como seis golpes a la puerta de la desgracia. Pues partir de allí la tarde pareció condenada.

Con el cuarto, y el sexto que lidió por el mexicano, su neotremendismo no volvió a calar y las bregas transcurrieron con más ganas de aprobación que orden. Exposición, sí, a veces mucha frente a esas púas terrorífica. El valor de Juan es uno de los más en el escalafón, pero el sitio, el mando y el poso no lo acompañan siempre. Al uno le pincho y tardó para descabellar. Al otro, nuevo pinchazo con la espada y cinco con la cruceta. Al tercero, también de sustituto, tardanza en la muerte, descabello y media espada tendida en medio de la impaciencia general.

Román, pareció no poder ni querer disimular el peso de la corrida. Sorprendentemente cauto en sus dos turnos. El que tiene bien ganada fama de estoico. Cuerpo en escuadra, brazo hiperextendido, prolongado por estaquilla y ayudado para magnificar el radio de los círculos que hacía describir al entonado segundo, noble hasta la mansedumbre. Solo dos cosas destacaron y bastaron, el torero comienzo con doblones rodilla en tierra y el gran final con la estocada de la tarde. Al reverendo volapié, hasta los gavilanes, en la yema, fulminando al toro como un rayo, sin puntilla. Esas dos cosas le valieron la oreja, que yo considero justa, pues hacer la suerte suprema así lo vale, lo por que lo vale. Máso en esta época de valores invertidos.

El muy enrazado quinto, con el cual abundó en el unipase, le superó. Y con la espada contraria, en guardia y los avisados seis crucetazos erráticos hizo olvidar lo anterior.

Isaac Fonseca, quizá por no encontrarse recuperado de su seria lesión en Cutervo anduvo lejos de la bravía combatividad que lo ha encumbrado. Ahí, ahí, tramitando la cosa sin lucimiento con el manso tercero. Igualó y al pinchar hondo su codo se luxó dejando el brazo dolorosamente inútil, el toro al director de lidia y él se fue a la enfermería. Mejor no haber venido.