PANTALLAZOS
El futuro del culto
La transmisión televisiva comenzó con un exordio de los enterados al toro enano y un anatema a Las Ventas por sus “excesos de trapío”. Hay mucho que trabajar allí, prometieron. Luego, a plaza cuasi vacía, saltaron siete jandillitas. Utreros de José Cruz. Uno tras otro, debiluchos, mansos, de una obediencia supina e irritante. El primero devuelto por inválido. Pero no importó, los exiguos asistentes aplaudieron todos los arrastres. Por no decir que casi todo lo que pasó. Las tandas con el pico, los trompicones y las espadas en guardia…, y no pararon de hacerlo en las tres horas que duró el festejo. A cuya kilométrica duración contribuyeron todos, toreros, autoridad, cuadrillas, público, areneros y toros. Al final, solo una voz crítica, o mejor autocrítica. La del Ganadero Rafael Iribarren “Faltó raza. Hay que decir las cosas como son”. Ya no es el Bilbao de Hemingway.
De los tres novilleros, un burgalés, un zaragozano y un sevillano. El segundo, Aarón Palacios, fue quien logró sacudir la molicie aplaudidora y llevar a la concurrencia cerca de la emoción real. Y lo hizo saliéndose del libreto, de la etiqueta enseñada, de la técnica profiláctica y de la rutina pegapasista. Con esos argumentos logró sobreponerse a la ausencia de bravura y fuerza, y de toro digamos, que sumió la tarde en un fárrago. El culmen de la corrida fue su tanda de cuatro naturales y el forzado promediando su primera faena. Postinera.
De rodillas y de pie, se puso, se quedó, se arrimó y aguantó, pero también ligó, templó y mandó cuando pudo. Lo que no hizo fue matar bien y eso, como estaba la cosa de barata, le privó de la puerta grande pues la oreja del segundo la tenía en la faltriquera cuando tiró esa espada honda, caída, ineficaz, y al son del aviso desatinó tres descabellos. La del quinto se la dieron pese al fierrazo, vertical, delantero, bajo y tardo. Hasta le pidieron la otra. Pero su señoría don Matías González no llevó a tanto su empatía. Menos mal. Es histórica plaza de primera.
Jarocho, el de Burgos, que ya tiene programada su alternativa, camina, habla, se porta como torero caro. “Novillero en sazón”, dicen. Compostura y facilidad de veterano precoz. Su inclinación al toreo desapegado, con el pico y de radio sideral en sus ovacionadas tandas en redondo nos recuerdan alguna próspera figura. Que Dios nos coja confesados cuando llegue a serlo. Si llega. Tampoco su espada promete una gloriosa carrera matadora. Recibió la oreja del primero tras una desprendida y tendida, mientras que al cuarto se la puso en guardia para luego fallar con cuatro crucetazos y oír aviso.
Igual, Javier Zulueta, de Sevilla, quien parece dar más importancia a la galanura que a la verdad. En él no se compadecen la una con la otra. Lo bonito sin épica es retórico. Sí, pero también es una veta en el toreo moderno, cuando no solo las clientelas sino los críticos y publicistas que las alimentan conceptualmente la privilegian. Y la espada ¿para qué? Un pinchazo, una en guardia y otra contraria al tercero, y un pinchazo, una contraria ida y cinco descabellos al sexto.
Son novilleros, toreros en proceso prometedores claro. Pero eso no implica lenidad ni ausencia de exigencia, porque son el futuro del culto.